Lectura obligada: Iñaki Uriarte

 

RobinTaliesin13

 

No me siento cómodo. No soy un realista al uso, que ahora quiere decir hiperrealista o imitador de texturas fotográficas. Me gusta mucho la pintura en sí, la untuosidad de la materia, lo denso y lo transparente, el empaste fuerte para que la luz real, la luz física, se quede enganchada en el cuadro. Ese escudo que hay a los pies de los cíclopes de la Fragua de Vulcano. Su brillo.

Si no te dejas encasillar, malo. Tienes que ser algo, estar con alguien. Sólo he sido limitadamente conocido como pintor cuando estaba enalgo y con alguien. En cuanto me largué, una dama con mando en plaza dijo durante una cena de jóvenes promesas: ¿Qué se ha creído, que es De Kooning para largarse así?

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Picasso en El Prado. Si hay pelea por atraer visitantes todo es posible. La pintura de Picasso no debe estar en ese museo. Picasso es un artista moderno y, que yo sepa, su espacio natural es el Reina Sofía. Pero esto es lo que tiene permitir que los modernos se adueñen también de aquello en lo que no creen. No es divertido el asunto y a este paso acabará por pintarle alguien los prometidos bigotes a La Gioconda.

Picasso aceptó la camema de ser nombrado director del Museo del Prado aunque nunca llegó a ocupar el cargo. Demasiado cauto para aparecer por un Madrid en guerra y, millonario desde años atrás, no necesitaba que le dieran un palacio de la Castellana incautado ni gastar pistolita de plata al cinto, como su amigo Alberti. Parece cosa de brujas que a Federico se lo cargaran y a Miguel Hernández lo pillaran cruzando la raya portuguesa mientras Alberti no tuvo el menor problema en salir por pies y sobrevivirse a sí mismo. Si se hubiera pegado un tiro en la sien con su célebre juguete de detener al fascismo nos parecería hasta buen poeta.

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Con todo el puñetero tenía su gracia, o su retranca de andaluz muy trajinado. Como el lector sabrá el pintor norteamericano Motherwell leyó A la Pintura y quedó tan conmocionado que le dedicó una serie de obras. La Fundación March, contratadora del Dragon Rapide que hizo posible que Franco dirigiese la sublevación militar del 36, nos trajo sus obras y también al artista. Yo entonces era casi alguien y estuve invitado a conocerle, cenar con él y su mujer fotógrafa –muy simpática– y darle un poco de marcha, ayudado por los amigos de entonces y el pintor granadino José Guerrero.

En ese contexto de celebraciones alguien debió pensar que la inauguración de la exposición no sería brillante sin la partcipación de Alberti con abrazo de ambos genios, que no se conocían. Llegó el de Marinero en Tierra y leyó un poema que debió escribir mientras venía en el taxi. Una de esas monsergas tipo: ¡Oh, negro Motherwell (que pronunciaba a la castellana, con t y uve)! ¡Oh, blanco muro de España! Etc.

Todo el mundo emocionado, aplaudiendo a rabiar, los dos homenajeados se apretaron el uno contra el otro y terminó la representación. Estaba yo charlando con la persona que llevaba entonces los asuntos de la Fundación (fui becario de la misma en el 76-77) cuando se acercó Alberti y le felicitamos calurosamente. Nos dejó hacer y luego, dirigiéndose al que mandaba, dijo bastante seco: –Son ciento cincuenta mil y el taxi de ida y vuelta. –¿Cómo dice usted, Don Rafael? –Que son ciento cincuenta mil y el taxi. El de la fundación, que debió pensar que el poeta venía desinteresadamente reaccionó diciendo, muy azorado: –No estaba previsto ningún pago y no hay efectivo en la oficina. –Pero seguro que tiene un cheque –contestó Alberti. Y el otro se fue mientras el par de jóvenes promesas charlábamos con el poeta, lo justo para darnos cuenta de que no sólo ignoraba todo sobre Motherwell sino que le importaba una higa. Bajó el del cheque, se lo entregó al poeta y éste desapareció en la noche.

La sesión no fue buena para el norteamericano. Cenando tuve la desagradable ocurrencia de preguntar a Motherwell si conocía el papel jugado por Juan March en el golpe de Estado contra la República. Al autor de la serie Elegía por la República Española se le ensombreció la cara, después la recompuso y se justificó diciendo que todo el dinero era malo en origen aunque permitiese, más tarde, hacer cosas buenas con él. Pero con veintipocos años yo no iba a soltar la presa tan rápido y le pregunté por su papel en las Brigadas Internacionales. Al final, terminada la cena, se fue al hotel mientras su mujer –bastante más joven– se vino con nosotros a una discoteca.

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Termino con una buena noticia: Iñaki Uriarte ha publicado su tercer tomo de diarios. Lectura obligada, por placer.