Oculto bajo las capas

 

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Sorprende, leyendo a Beevor, la inepcia de los grandes nombres del nazismo para la estrategia militar. Parece que Eisenhower, hablando del éxito de los Aliados en la guerra, comentó que en buena parte se debió a las torpezas de Hitler. Un ayudante de Guderian, cuando los soviéticos ya estaban en el Vístula y eran imparables, visitó a Himmler para recibir instrucciones y consignó, pasmado, en su diario el completo desconocimiento que el temido jefe de las SS tenía de la estrategia militar. Por su parte Göering se dormía en las reuniones del Alto Estado Mayor tras decir unas cuantas tonterías.

Cabe preguntarse quién dirigió la guerra y es bastante plausible que los éxitos iniciales se debieran al ejército tradicional alemán y a una capacidad de producción de armamento desconocida hasta entonces. Cuando las diferencias entre el ejército y el Partido Nazi llegaron a su cota más alta, el sangriento tenderete se hundió. Los nazis fueron realmente eficaces en la eliminación de grupos étnicos y religiosos, de todos aquellos que consideraban enemigos, en la violación de derechos y hacer correr la sangre, pero no fueron capaces de asumir el mando militar y enfrentarse a un enemigo fuerte. El largo sacrificio de vidas cuando ya era imposible sostener el III Reich se debe –como tantas veces se ha dicho– a la esperanza del Monstruo en contar con bombas atómicas.

Con el Ejército Rojo a menos de 100 kilómetros de Berlín a Hitler se le ocurrió crear la Panzerjagd, unidad militar concebida para destruir tanques soviéticos. Lo más terrible que tenía era el nombre pues en realidad consistía en una compañía de ciclistas de las Juventudes Hitlerianas, casi niños, En cada bicicleta se montaban dos granadas anti-tanque que, supuestamente, debían lanzar contra el enemigo. Fue muy fácil para los comunistas hacer una carnicería.

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Los comunistas han acostumbrado dividir a los socialistas en nombre de la unidad de la clase trabajadora. Sucedió en España en 1936 y en Francia en 1945. Quien se opusiera sólo podía ser un enemigo del pueblo.

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Si hubo una institución que sufrió persecución por parte de los comunistas fue la Iglesia Católica. El pretexto era eliminar enemigos del pueblo y aliados de la opresión que, mediante la confesión, delataban a los trabajadores revolucionarios. Las instrucciones, o el modelo, llegaron desde Moscú donde Stalin exterminó a la Iglesia Ortodoxa. El argumento real es que se trataba de la incompatibilidad entre dos religiones pues el comunismo siempre actuó como si, además de ideología política, fuese una profesión de fe. No es por casualidad que al otro Monstruo se le llamase Papá Stalin.

A propósito de confesiones nada se dice del hecho de que para ingresar en el Partido Comunista había que escribir –o dictar– una autobiografía que consignara hasta los detalles más nimios de la vida del aspirante. Esos datos se guardaban y podían ser utilizados del modo que el Partido creyese conveniente. La manipulación y difamación del disidente eran asunto fácil

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En los tratados de pintura históricos se consignan ciertos colores que son pura fantasía, que no se utilizaban en la práctica y sólo constaban porque aparecían en un tratado anterior y, citándolos, el tratadista demostraba su conocimiento de las antiguas fuentes.

La paleta clásica era, en realidad, muy sencilla y estaba formada por pigmentos minerales estables y muy pocos pigmentos orgánicos cuyos riesgos eran bien conocidos y, por ello, dispuestos del mejor modo para asegurar la conservación de la obra en que intervenían. Es el caso del carmín y de cierto amarillo, indispensables en aquella paleta.

Se puede afirmar que han sufrido más transformaciones los cuadros de un pintor relativamente reciente como Van Gogh (cuyo extenso uso del amarillo de cromo se ha convertido en una fuente de problemas) que los de Tiziano o Rubens.

En nuestros días las cartas de colores se han hecho enormes, con toda suerte de colores para elegir. Sin embargo, ateniéndose a la estabilidad de los pigmentos, los colores idóneos continúan siendo los mismos que en los siglos XVI y XVII.

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Cuando a los 31 años me embarqué en la aventura de conocer las técnicas clásicas había muy poco de lo que tirar. Ni siquiera los expertos que trabajaban para los museos tenían un conocimiento real del asunto. Utilizaban tecnología que les permitía mirar bajo las capas de pintura y desvelar cosas ocultas pero no sabían lo que estaban viendo. Su trabajo se enfocaba como ayuda a los historiadores del arte (cambios en el dibujo inicial, pentimenti, etc) más que a los pintores. En su descargo hay que decir que apenas había pintores a los que interesasen tan sutiles cuestiones. Era frecuente oír a algún artista reconocido decir que utilizaba productos de droguería, como por ejemplo polvos (pigmentos) Nerca y cola de carpintero (látex). Ante tan lamentable estado de la cuestión se comprende que hubiese un divorcio completo entre los restauradores científicos y los pintores.

Los fabricantes de pinturas para artistas tampoco merecían el aplauso. Sólo la vieja firma inglesa Winsor and Newton proveía de pigmentos históricos y aglutinantes de calidad contrastada; la dicha duró poco pues fue adquirida por un grupo japonés cuya primera medida fue descatalogar todo lo que no sirviera para la venta masiva, es decir, para los pintores aficionados y domingueros que son los que sostienen económicamente las marcas.

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Todavía recuerdo la ilusión con la que fui a entrevistarme con Brealey cuando estaba restaurando Las Meninas. Y la tremenda desilusión al comprobar que aquel hombre sabía eliminar un barniz viejo pero ignoraba todo sobre la técnica del genio. Era como si un mecánico sólo supiera cambiar una rueda pinchada.

Algo podía atisbarse en los estudios que publicaba la National Gallery inglesa, todo lo demás o era falso o servía para confundir. Aquellos libros sobre técnica pictórica que circulaban por la Escuelas de BB.AA., como el Doerner, sólo contenían información falsa o inoperante.

Qué diferencia con la actualidad donde, ante el hartazgo de los estudiantes por la inutilidad de la enseñanza oficial, ha surgido con fuerza en el ámbito privado el interés por el oficio y un puñado de artesanos que hacen colores a mano de una calidad estupenda, sin aditivos conservantes ni alargadores, o proveen pigmentos de primera calidad con la molienda adecuada. Lo que resulta paradójico es que este retour à l’ordre está teniendo como escenario (aunque haya focos dispersos por otros países) los Estados Unidos, justamente el país menos armado de tradiciones.