Trampas de cocina

 

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Somos nuestra disposición natural y el medio que nos ha modelado, sin cegar por completo a todos los seres que nos habitan y con quienes convivimos para bien y para mal.

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Me hacen trampa y cocinan el resultado. Habitualmente no digo nada y mantengo un perfil bajo con el que no me ha ido mal. Ahora me he cansado y peleo, exijo demostraciones, lógica donde no la hay y coherencia entre palabras y realidad. No creo que sirva de mucho pero me gusta. It’s only r&r but I like it.

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Veo a mi alrededor cómo la gente se vuelve loca. Leo cosas que me hacen pensar que hay algo raro en el agua que sale de los grifos o en la cerveza de barril. Cabezas que eran sensatas pierden las tuercas con movimientos políticos que se presentan como nuevos y ya eran viejos, polvorientos y apolillados en mi juventud. Unos cuantos penenes junto a señoritos trueno con el riñón cubierto, resentidos de mil historias que han ocupado cargos en los que no hicieron nada pero estuvieron lo suficiente para montar la del hipopótamo, sólo que, además de mierda, esparcen culpa. Fueron otros quienes les hicieron fracasar, lo suyo estaba bien pensado pero no los dejaron. Cuidado con estos porque no hay nadie tan dispuesto a que te mates como un resentido.

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Cuando ves todas las barreras morales que una persona es capaz de saltar para dañarte comprendes la utilidad de los códigos de conducta, religiosos o no.

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Quien todo lo ve perdido representa un gran peligro para los demás. Hay que dejarle salida, como al toro y los malos boxeadores. Ello aunque su enfermedad se cure fácilmente con publicarle algo o pasándole la mano por el pelo y metiendo dinero en su bolsillo. Lo dijo alguien pero imposible acordarme de quién: Nadie tan corruptible como un resentido.

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No sé si la cifra de violaciones de mujeres alemanas a manos de los soldados y oficiales del Ejército Rojo que maneja Beevor son ciertas pero aunque fuese la mitad sería algo monstruoso. Desde niñas a ancianas con especial preferencia por jóvenes y maduras; tal vez no hubiese una sola mujer, tanto en Berlín como en las poblaciones y ciudades conquistadas, que se librase de esta vergüenza. Se cita el noventa por ciento y no fueron respetadas ni las que pertenecían al clandestino Partido Comunista alemán, que fueron violadas a pesar de enseñar el carnet y, en numerosos casos, en presencia de sus maridos también comunistas.

Oficiales y comisarios políticos miraban para otro lado. Ellos mismos participaron activamente en la venganza. Ehrenburg incitaba a los combatientes desde la retaguardia, en discursos incendiarios o arengas a través de la radio. En su caso se cumplió sobradamente: dos ojos por uno y de paso todos los dientes.

Las violaciones no fueron esporádicas ni sólo fruto del ansia sexual de los soldados sino que se trató de un programa a cumplir. No en vano incitaba Ehrenburg a la humillación de los alemanes a través de sus mujeres.

Los casos que cita Beevor dan para unas cuantas novelas. Desde la mujer que echa los brazos al cuello del soldado menos repugnante entre el grupo de quienes se presentan a violarla, rogándole que la posea él solo y la proteja de los otros –con el resultado de que el escogido se convierte en el primer violador y luego incita a todos sus compañeros a secundarle con mayor violencia– hasta la madre que se ofrece para salvar a su hija de corta edad sin que el sacrificio sirva para nada.

Cuando se estabilizó la situación con la llegada de los aliados y el escándalo internacional –que avergonzó a muchos comunistas de otros países– buena parte de las violadas estaban preñadas y con enfermedades venéreas. Los abortos fueron multitudinarios y el rechazo de los novios y maridos que se vieron obligados a presenciar las violaciones, en muchos casos con el sacrificio de las mujeres para salvarlos de una muerte segura, fue más generalizado de lo tolerable.

La consigna era olvidar, hacer como si nada hubiese ocurrido, enfrentarse al hambre y prostituirse para llevar algo a las ruinas que servían de improvisado hogar. Los hombres, buena parte de ellos, permanecían escondidos o se dejaban ver poco para esquivar situaciones cuyo final podía ser imprevisible.

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Mientras tanto la operación Odessa tenía lugar a través de España y Portugal, por desgracia con ayuda más o menos esporádica de miembros del clero católico. Madrid y Lisboa fueron las cabezas de puente de la huida hacia Argentina para disfrutar de la protección que Perón ofrecía a los criminales nazis. Los valiosos estaban siendo evacuados por el ejército norteamericano a Estados Unidos.

Si escritores, artistas e historiadores (la gran escuela alemana de historiadores del arte pasó a formar parte del acervo cultural norteamericano) huyeron del nazismo ahora se trataba de científicos en su mayor parte, muy bien protegidos.

No pasó mucho tiempo hasta que el equipo dirigido por Oppenheimer, reforzado con la aportación alemana, estuvo en condiciones de montar el horror sobre el Enola Gay y borrar del mundo Hiroshima con todos sus habitantes.