Perturbaciones

 

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Siempre igual. Consiste en crear un problema que no existe y ofrecerse como solución. Un asunto tan viejo y apestoso como la peor retórica política. En ese caso se trata del Quijote y los problemas que podría acarrear su lectura a lectores inexistentes. O sea, fantasmadas. Más tremendo como se dice aquí: el que nace lechón muere cochino.

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Un verano como pocos. No recuerdo el campo tan seco. Por aquí resulta habitual que los árboles caducifolios retengan la savia y tiren la hoja en lo más fuerte del estío, como si hubiese llegado el otoño. Y que las enfermedades, la seca de la encina y la grafiosis del olmo, se manifiesten con violencia. El olmo se defiende mejor y suele revivir llegadas las aguas. La encina, pobre, se muere y allí queda por muchos años si no acuden leñadores a trocearla para las chimeneas. Es tan dura su madera que de ella se hacían ejes de carro y radios para ruedas. Ningún carpintero la quiere porque embota las herramientas y mella las sierras.

La paradoja, leo, es que una expedición al Polo ha tenido que volverse por la cantidad de hielo que hay este año. Doy por hecho que las noticias no aportan certeza alguna: véase la financiación directa e indirecta de compañías alimentarias a los científicos que habrán de demostrar esto o aquello, según convenga. Y justo lo contrario: el sostén de empresas altamente perjudiciales a grupos verdes para que practiquen oposición y canalicen protestas que podrían terminar en cosas peores. El trabajo de los lógicos se ha vuelto muy complicado.

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Me engolfo en la lectura de La chica del tren. La propaganda dice que es un hervido entre Christie y Highsmith. La primera me ha aburrido cada vez que lo he intentado pues el crimen como juego de salón me parece tan falso como el toniquete de los actores españoles. Son crímenes por interés monetario o venganza; sin psique, o sea, sin humanidad. Hasta la venganza que nos pinta sería excusable.

En Highsmith hay perturbación y eso es el crimen, una piedra sin filo arrojada con fuerza a un estanque. Están los locos y están los perturbados. Los primeros carecen de interés como criminales, los segundos lo tienen en alto grado porque la perturbación puede alcanzarnos a todos en algún momento de la vida.

En este caso la lectura resulta apasionante: una borracha irredenta, con sus justificaciones, y el deseo de dañar a quienes culpa de su estado. Perspicaz e inteligente pero dominada por la pasión y el vicio: una perturbada.

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Encuentro a un amigo en la plaza y comentamos lo inevitable, hacia dónde va todo esto. En la calle sigue sin haber dinero; hubo mucho –demasiado– y la política lo ha retirado para que esté en los bancos. Estos rebosan y la gente anda con telarañas en los bolsillos. No ahorramos nosotros, ahorran los bancos. La inversión pública, motor primero de toda economía, está por los suelos y se han cambiado leyes para bajar el precio del trabajo sin bajar también el precio de las cosas. En la palabra trabajo incluyo también el de los empresarios que no sean bancos o parte de ellos. Nunca se había trabajado tan barato en relación a los costes básicos de la vida.

Habrán de aflojar e ir soltando dinero para que circule. Mucho dinero en la calle es peligroso, todo en los bancos también.

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Antes V. trabajaba en asuntos relacionados con conflictos entre agricultores. Lo habitual eran las lindes. Hace unos días me contó esto: para evitar un drama tuvo que resolver un jaleo que consistía en que un lindero se había metido con su cereal quince centímetros en la propiedad del otro. Mi amigo hizo un cálculo a ojo y estimó en unos sesenta euros el daño. Los dos sujetos seguían discutiendo y dándose voces. V. les dijo que tendría que sancionar a los dos y que serían mil euros cada uno. Antes de dar tres pasos lo llamaron para arreglar por las buenas el asunto.

–Total, el año que viene te metes tú otro poco en lo mío y ya está.

Lo que no sabe V. es que, solucionando el asunto, arrebató a ambos lo que más aprecian: tener quejas del vecino, ciscarse en sus muelas, odiar y poder amenazar.