A base de oficio

 

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La acuarela es lo que dice su nombre: pigmentos de fina granulometría aglutinados en una goma soluble en agua. Una obra pintada con este medio apenas tiene materia pictórica pues los pigmentos se depositan en los poros del papel. Es lo opuesto a la pintura al óleo en la que los pigmentos son más gruesos, el aglutinante es un aceite vegetal secante y la capa de pintura se fija por capilaridad sobre la preparación del lienzo o tabla, que puede ser al óleo (lienzo) o al gesso (tabla).

Una pintura al óleo perfecta en cuanto a sus características visuales y físico-químicas es aquella en la que las sombras son transparentes y las luces opacas, estando representadas las altas luces por empastes realmente gruesos, generalmente con blanco más o menos matizado o amarillo de plomo-estaño. Para llegar a esto hubo que pasar por la preciosa, cuidada y al tiempo estomagante manera de colocar la pintura del Quattrocento y el Cinquecento. La perfección técnica se alcanza en el período conocido como Barroco Internacional, cuya máxima expresión de oficio es el taller de Rubens. Cada pigmento, cada materia colorante, encuentran su modo natural y perfecto de colocación en la superficie a pintar y en el lenguaje pictórico. En el Gran Estilo hay una concordancia que no se había alcanzado antes y tampoco después. Sin embargo los fundamentos del oficio de pintor, tal y como los he descrito, están olvidados en el siglo XVIII. Asombra pero es así y es interesante pensar en las causas.

Con lo dicho se entiende por qué detesto a los pintores acuarelistas al óleo.

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A un señor le han montado un escándalo porque quiso vender una obra de Picasso fuera de España. Se defiende diciendo que el cuadro es suyo y no está considerado patrimonio público. La lógica es impecable y ahora se estará preguntando por qué le han engañado de esa manera. Debe tenerse por un pardillo tras haber metido tanto dinero en ese lienzo. Debería haber hecho caso de los que realmente saben salir a uña y haber comprado diamantes. Se cosen en el forro de una chaqueta y allá que te van un montón de millones fácilmente canjeables. O sellos, que pasan todos los controles y son dinero al portador.

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No falla: cuanto más tonto es quien tenemos enfrente más opinión tiene. Sobre cualquier cosa. Ese opinar de todo es señal de tontería pero también de inseguridad y necesidad de  afirmarse. Lo malo de tales personas es que terminan volviéndose muy tóxicas y agresivas, montando bronca por cualquier cosa.

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Son muy cansados los esclavos de la moda, la gente comme il faut. No se vaya a creer que sólo se puede decir de los burgueses: hay cantidad de personas que comen lo que hay que comer, visten como hay que vestir, leen lo que hay que leer, escuchan lo que hay que escuchar, piensan lo que hay que pensar… y vomitan por escrito el indigesto menú en cuanto tienen ocasión y dónde.

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Lo dijo un familiar hace casi treinta años: toda su carrera apunta al ansia de terminar en la Academia. Una Academia muy devaluada en la que tienen silla sujetos cuyo perfil es más de políticos y financieros que de escritores.

De ahí la mortal insistencia en Cervantes con que nos obsequia de continuo. Y es que su otro libro, el que todos cuantos detestan en voz baja lo que ha escrito salvarían de la hoguera, no es suyo sino de B. El futuro académico asomó por tales pagos cuando B. tenía el culo pelado de tanto escritor olvidado, maldito, castizo y otras anomalías. Su fallo, o su generosidad –a saber a estas alturas–, fue no escribirlo él y dejar al chupacabras suelto. En fin.

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Confieso que prefiero un ignaro a un redicho. Al primero piensas que se le puede salvar, del segundo huyes tan pronto puedes.

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Apliqué mal la beva al lienzo en el que va la copia del Inocencio y se ha separado del soporte, formando bolsas cuando está casi terminado. No es grave pero sí latoso: hay que infiltrar un diluyente entre el lienzo y el soporte hasta despegarlos por completo, volver a aplicar la cola a las dos superficies y aplicar calor para que se adhieran. Total, unas horas que me gustaría pasar de un modo más provechoso.

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Qué tristeza provoca la pintura excesivamente realista. El mundo parece tan seco y estrecho tras mirar unas cuantas obras de ese estilo… Sólo la pintura con detalle abreviado, que está sin estar, te provoca esas ganas de ponerte ante el caballete y susurrar: Anch’io sono pittore.