Oro para Stalin

 

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Una habilidad común a los pintores y escultores es la teatralidad. ¿Se puede concebir a Rubens sin un alto sentido de la misma? ¿Y a Picasso?

Yo la tengo muy desarrollada y, aunque evito cuidadosamente que se filtre a la pintura, no me cuesta nada meterme en la piel del cirujano en un tren de provincias, un agente del orden fuera de servicio o del amante devoto. Entiendo que eso pueda desconcertar, cómo no.

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Llevo toda la vida adulta admirando a Malraux (quiero decir, desde los 18 años más o menos) no tanto por lo que escribió –aunque destaco especialmente Las voces del silencio– como por el gusto casi infalible que poseía. No ignoro el penoso episodio del tráfico de esculturas en Camboya y me asombra que llegase a vender al gobierno de la II República española aviones desarmados a unos precios de escándalo, precio que le incluía como instructor de pilotos de combate aunque jamás hubiera pegado un tiro.

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No puedes vestirte por los pies delante de quien te ha visto en cueros.

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Recuerdos tiernos de la abuela materna estos días, a la que tanto quise y debo como persona y como pintor. Ella fue quien primero advirtió mis habilidades y la necesidad de trabajarlas.

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Rehaciendo el pasado, poniendo orden donde hay ruina y caos. Ahora un largo y estrecho puente medieval, ayer la azulejería de una iglesia y la protección de un yacimiento tartésico. Pero no puedo hacer lo mismo conmigo y con las personas a las que quiero o he querido.

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Sacar pecho por el abuelo es, cuando menos, una idiotez. Y más porque no se conoce de verdad el fondo de las batallas que nos contó. Donde hubo una guerra es mejor no hurgar. Llegan los ratoncitos de biblioteca y te sacan que el abuelo, más que Cebolleta, era un chekista torturador. Y te has caído con todo el equipo. Le pasó a Zapatero con el suyo, que participó activamente a las órdenes de Franco en la represión en Asturias en 1934. Y le acaba de pasar al líder de Podemos pues el suyo fue primero eso que digo más arriba y después un protegido del Régimen franquista.

Tuve un tío político que era abogado del Estado. Su frase favorita, bajando la voz, era: «A mí es que me tienen muy vigilado». Claro que se jubiló en su puesto y nunca tuvo el menor contratiempo con la policía.

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Es una guapita que hace arte conceptual, una matraca, pero va como un cohete. Importantes artistas y hombres públicos le hacen caso y reciben sin hacerla esperar. Otra Suzanne Valadon, otra Sofinka Modernuska.

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Nunca me ha interesado el surrealismo. Mucho el misterio de la realidad, la idea inmanente en los objetos, la nostalgia de la sombra desde la caverna, pero al surrealismo que le vayan dando. Me refiero al visual porque el escrito alcanzó logros muy elevados. Pues bien, de todo el surrealismo español destaco –porque es el más surrealista de todos– el anhelo de Fernando Villalón, criador de reses bravas además de poeta, por conseguir el toro de ojos verdes. Y no era surrealista.

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España tenía en 1936 la cuarta reserva de oro más importante del mundo. Stalin nos quiso tanto que, además de mandar para acá a medio Komintern y a buena parte de la temida NKVD, cobró al gobierno republicano fusil por fusil y bala por bala en onzas de oro. Una solidaridad, un Socorro Rojo, que dejó los sótanos del Banco de España con telarañas. En 1938 ya no quedaba un gramo y el gobierno republicano, incapaz de seguir pagando, tuvo que aceptar préstamos de la propia Unión Soviética para mantener el suministro bélico. Una de las garantías fue la colección completa del Museo del Prado.

Por si fuera poco una buena parte del oro español que terminó en la URSS no eran lingotes sino monedas cuyo valor numismático superaba con creces su valor una vez fundidas. No hay que decir que a Stalin eso le tuvo sin cuidado y la valoración se hizo al peso.

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En la Guerra Civil hubo diversas guerras, unas dentro de otras y descontando las venganzas personales, que fueron muchas. La guerra de los republicanos, al principio, por mantener la legalidad al tiempo que miraban para otro lado ante los desmanes y crímenes de los revolucionarios. La de los anarquistas fusilando a todo lo que se moviera y montando comunas a la fuerza. La de los comunistas cumpliendo órdenes del Komintern y metiendo a la NKVD en todos los centros de poder republicanos, incluyendo la Generalitat de Companys y el anarco-sindicalismo de García Oliver. Hasta Prieto decía que su fuerza aérea sólo obedecía las órdenes de la NKVD.

En el otro bando los ultra-católicos del Requeté defendiendo a Cristo a balazo limpio, su Dios, Patria, Rey. La guerra de los falangistas, fascistas de vanguardia de Familia, Municipio y Sindicato, poco eficaces como fuerza de combate pero eficientes fusiladores de rojos. Entre los militares sublevados los monárquicos guerreaban por la vuelta del golfo redomado Alfonso XIII; otros eran masones y odiaban la monarquía. Franco guerreaba por todos y por ninguno, o sea, para sí mismo. Entre todos montaron una orgía de sangre de la que todavía quedan rescoldos.