Desgarro

 

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Anuncian una exposición Ingres en el Museo del Prado que por fuerza va a resultar interesante. Aclaro: a mí el único cuadro de asunto que me gusta de este pintor es La Gran Bañista. No me gusta cómo está pintada por ese exceso de aceite fundido, en una más que errónea interpretación de la técnica de Rafael, pero la imagen es potente y hay en las líneas exteriores una belleza de orden superior.

Ingres es un nombre que te lleva machacando las sienes desde que comenzaste a dibujar al carboncillo. Papel Ingres es el tipo de papel universalmente aceptado como el más adecuado para la técnica académica del carboncillo de trapo y difumino. Estoy convencido de que Ingres jamás utilizó un papel así pues, devoto de la línea precisa del lápiz plomo, la textura del papel que comento no le hubiese permitido su línea de cirujano.

Su oposición con Delacroix, el supuesto gran colorista de la época y emulador de la soltura rubensiana, es demasiado conocida para insistir en ella. Si nos atenemos a los hechos es mejor rafaelista Ingres que rubensiano Delacroix. Sin embargo el segundo pintó un par de cuadros muy emblemáticos, muy resonantes –que diría un crítico moderno. Me refiero, claro está a La Libertad guiando al Pueblo y el dedicado a la batalla de Missolonghi. Y ya.

En general los retratos pintados de Ingres son muy exactos, muy detallistas pero muy aburridos. Los hay que no pero como pintó más que el Tostao predominan los alimenticios. Ignoro si la exposición incluirá sus dibujos a lápiz, que es su música de cámara y donde mejor se le ve. De joven hice una versión libre de un pequeño tondo suyo en el que aparece la casa de Rafael en Roma. Se vendió y no tengo idea de por dónde andará.

Pues eso, que valdrá la pena hacerle una visita pues representó un hito en la bien engrasada hegemonía cultural del siglo XIX francés. Y, no se olvide, fue maestro de Madrazo.

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La gente quiere leer opiniones auténticas que coincidan de pleno con la opinión que ya tiene formada.

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Ochenta talibanes, la mayoría con graves heridas, aguantaron el asedio de los norteamericanos y la Alianza del Norte encerrados en un sótano del que no podían escapar. Fueron bombardeados, ametrallados, les tiraron de todo por las ventanas y aguantaron hasta que inundaron el sótano con agua helada. Sólo entonces se rindieron. La pregunta es si, en una guerra poco tecnificada –la que ocurre cuando hay que bajarse de los aviones y tanques–, se puede derrotar a esta clase de combatientes.

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Simone Weil, una figura muy respetable, simpatizaba con los anarquistas. Eso fue hasta que capturaron a un muchacho de 15 años y Durruti le dio 24 horas para cambiar de creencias. El chico no lo hizo y lo fusilaron sin contemplaciones. Weil quedó tan espantada que no volvió a acercarse a aquella banda.

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Ezra Pound, –que no era judío como algunos creen–, tan agudo y certero, dijo esto de los escritores que llegaban por centenares a vivir un poco de nuestra tremenda guerra: España es un lujo emocional para una pandilla de bobos diletantes.

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El anarquismo español vivió desgarrado entre la realidad y el deseo, desgarro que resolvía a tiros.