Orinando en la Academia.

 

Frits Thaulow

 

Hay un cartel bien visible a la entrada de la iglesia donde dice que no se puede visitar durante la celebración de los oficios. Lo habitual es que determinados turistas españoles entren, hagan la visita a su antojo y les importe un bledo molestar.

Hoy se ha producido un desagradable incidente cuando el sacerdote ha sido interrumpido en el oficio por un español del presente, de los que tienen derecho a todo, molestando los derechos de los demás. Con la mala educación que les caracteriza se ha encarado con el párroco, haciendo constar que su actitud era la correcta y no la de los que se llaman cristianos. Le ha molestado que le digan que molesta.

Qué agrio y cuánta cobardía, qué valor ante un puñado de ancianos y un sacerdote. La aguerrida incontinencia del que sabe que nadie se va a levantar y lo va a sacar en volandas al tiempo que se llama a la policía. O le va a soltar un par de guantazos en la calle. Será lamentable tener que celebrar las Oficios a puerta cerrada pero la Historia tiende a los efectos circulares.

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Y sigo con quejas sobre la mala educación de mis compatriotas. Anoche hubo concierto en la misma iglesia, ofrecido por la Escolanía y el Coro de Santa María. Es magnífico que haya personas en el pueblo que dediquen parte de su tiempo libre a estudiar, ensayar y cantar para que otros disfrutemos, que un director y un concertista de piano de fama internacional tengan la generosidad de entregarnos gratis su trabajo. Pero que mal les pagamos.

Disfrutar de la música es, sobre todo, aprender a respetar a los músicos y tal respeto se demuestra permaneciendo en el asiento sin hablar, sin levantarse en mitad de una pieza y salir haciendo el inevitable ruido, no llevando niños pequeños que ni pueden disfrutar de lo que está teniendo lugar ni pintan nada en el concierto y unas cuantas cosas más de sentido común.

Los usos existen por algo y es lo primero que hay que fijar en la cabeza de la gente que no tiene costumbre de asistir a estas manifestaciones artísticas: las primeras reglas son no molestar y hacerse invisible. Una vez comenzado el concierto no se puede entrar ni salir hasta el intermedio. Uno acude a disfrutar y cultivar el espíritu no a ver qué echan ahí que dicen que es gratis y, como no me gusta, me largo. Sugiero al director que, para el siguiente concierto, coloque a un par de voluntarios en la puerta que no dejen entrar una vez comenzado y se advierta previamente que no se podrá salir hasta el intermedio. Educar –eso es lo que estáis haciendo– también consiste en imponer reglas.

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La chica Maestre que entró a pecho descubierto en una capilla cristiana tiene, paradójicamente, cara de virgen decimonónica. Una virgen cursilona y blandita, a lo Bouguereau. Ponle un nene de dorados rizos y bocuela de fresa en los brazos, unas gasas por la cabeza y el efecto estará completo. No tiene cara de mala persona sino de boba a la moda, de ahí que esté tan sorprendida por las consecuencias de su acción.

Es bastante peor la alcaldesa Carmena cuando dice que entrar despechugada en la iglesia y amenazando con fogatas es purita libertad de expresión.

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Es estupendo que todos los antiacadémicos estén ingresando en la Academia porque eso despeja cualquier duda sobre cuál es el lugar que han venido ocupando.

No es Alberti santo de mi devoción en lo personal por más que le reconozca méritos indudables como poeta. Diré más: el Alberti estalinista y con pistolita de plata me parece vomitivo. Y sin embargo, gaditano, hizo algunas gracias memorables como aquella en la que, recién vuelto del exilio, paseaba en la noche madrileña con el autor de «Hijos de la ira» y al pasar junto a la escalinata de la Academia se puso a orinar. –Rafael, ¿qué haces? –le preguntó Alonso muy azorado. –Dámaso, ¿recuerdas cuando éramos jóvenes y veníamos a orinar en la puerta de esta santa casa? Pues ahora tú eres el director y yo sigo orinando.

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Para mí no hay nada mejor que hacer los estudios y bocetos de un tirón y la obra de taller en sesiones, con largos secados entre ellas. Tienes la ventaja de que, al cabo de un tiempo, la obra ya no te apasiona y has tomado suficiente distancia como para juzgarte fríamente. Eso te permite no enamorarte de detalles irrelevantes y atender a lo esencial.

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El detalle honesto, pictórico y no fotográfico, es aquel que nace de la búsqueda de los valores y croma correctos. Otra clase de detalle es pompier.