Suenan campanas

 

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Toda escritura, aunque quiera disfrazarse, trata del yo. Sólo sabes del mundo a través de ti, el resto es impostura.

Hay usos enloquecidos del yo que terminan en enfermedad. Loco por poseso. Montaigne y Pascal, tan citados ahora a causa de los diaristas en un país donde no había costumbre, vienen a ser monumentos al yo. No hay otro modo de escribir, tal vez de ahí el temor de los ágrafos.

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En la foto estaba muy joven. entre Paco Camino y Aparicio. Al fondo su madre. En otra foto está con la muleta citando a la vaca. Qué afición: medio siglo después, enfermo y sin fuerzas, puede hacer quinientos kilómetros para ver torear a este o aquel. Admirable.

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A ciertos amigos los convertimos en mitos. Q. fue compañero en San Fernando y pateamos mucho el Madrid de 1968, una fecha llena de ecos que llegaban de París porque aquí no hubo nada.

Ambos éramos muy flacos, dos raspillas hambrientas pues en el comedor del SEU, según qué días, era imposible tragar nada. Enfrente de la Escuela estaba un centro para deportistas olímpicos y entrábamos a comer de tarde en tarde porque un camarero hacía como si fuéramos nadadores o pertiguistas. Con lo que comía uno de aquellos forzudos teníamos para una semana. Qué barbaridad. Carne y más carne, de la buena, y una botella de leche por deportista. Si era pasta –con carne– la servían por ollas. Nuestros estómagos, faltos de hábito, decían basta enseguida. El camarero guasón (a Q., de pecho algo hundido, le trataba de lanzador de jabalina) nos preparaba unos bolsones de comida que nos amparaban por unos cuantos días.

Faltaba T. que era hijo de fallero y el mejor dibujante de monstruos que he visto. No tenía inclinaciones artísticas y estaba allí para aprender algo que nadie podía enseñarle pues, en lo suyo, era mejor que los docentes. No sé cómo aquel diablo de dibujante podía hacer un monstruo –terrorífico o de risa, daba igual– en cinco minutos, con sus sombras y todo. Era incapaz, sin embargo, de proporcionar bien una manzana así que tenía un problema y se le hundió el mundo cuando dejó preñada a una compañera de clase. Debió volver a Valencia, al taller de su padre, porque desapareció sin más.

Q. era asturiano y lo ejercía a todas horas: si llovía se calzaba madreñas y allá que te iba por la Gran Vía pegando madreñazos, la melena suelta y la barba descuidada. Era buen cantor y sabía mucho folklore de su tierra. Nos echaba unas coplas en clase muy sentidas y de una melancolía enternecedora. También era un poco rapsoda y recitaba historias de trasgos y criaturas del agua, de mujeres comehombres y niños sin cabeza.

Tenía la piel muy blanca, casi azulada, y ojos grandes, saltones, de vaca tranquila.

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Las mamás del PCE, como la diputada Bescansa va con el suyo al Congreso, llevaban a sus nenes a la manifestación del 1º de Mayo. Los utilizaban para que la Guardia Civil no tirase botes de humo, algo que hacía de todos modos, y dar ocasión a que los fotógrafos avisados –dirigidos por uno que, además de militante, tenía puesta galería de arte en Madrid– pudieran hacer tomas comprometidas, que acabarían saliendo en los periódicos franceses.

Me parecía muy mal que usaran a los niños de escudo pero eran mujeres muy suyas, muy liberadas. Nos acercamos un año a la Casa de Campo a ver qué hacían los peceros. Pintaban bastos y era un día estupendo, qué lástima malgastarlo de aquel modo.

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Muchos años más tarde encontré a Q. en un restaurante cerca de Llanes. Creo que le tuve yo más afecto que él a mí pues no pareció conmoverse. Abrazos y un qué-tal-guaje. Poco más.

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La afición, la afinidad, puede hacer amigos pero hay que ver si –una vez pasada aquella– la amistad permanece o se fue junto a la caña de pescar y las botas de senderismo. El pupitre y la mesa de trabajo funcionan de modo parecido.

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Suenan las campanas de San Martín llamando a misa y en el patio los pájaros preparan la dormida. Parece que discuten dos veces al día: antes de dormir para ver dónde lo hará cada uno y, al amanecer, para ponerse de acuerdo sobre dónde pasarán la jornada. El gato de J. los ignora del todo: a esas horas está en su cesto, meditando.