Cañón o campana

 

KMS1989

 

Si quieres trabajar la figura desnuda es una tarea imposible encontrar modelos en un pueblo, sean masculinos o femeninos. Algo tan básico puede crearte dolores de cabeza y problemas como para una película de arte y ensayo, tipo sueco.

Hace años, tantos como 25 o 30, conseguí que una mujer joven posara con los parabienes del novio o pareja. Fueron dos sesiones, a la tercera al hombre le entró un berrinche y prohibió seguir. Me quedé con el armazón de la figura (tamaño natural) y así estuvo durante años sin poder continuar lo hecho. Ya ni lo intento, menudo peligro.

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Al anatomista suelen salirle anatomías. Coloca el modelo y se dedica a buscar en él lo que ya sabe, poniéndolo de manifiesto de un modo exagerado. Esto es, dando un codazo al espectador por si no se da cuenta.

No soy forofo del realismo extremo (del realismo fotográfico, quiero decir) y no me parece mal usar el modelo y no permitir que sea el modelo quien te use a ti pero lo anatómico tiene un límite. Sin saber anatomía no puedes dibujar o pintar figura. Tampoco puedes ser un buen retratista. Pero es insano y poco conveniente hacer figuras tipo Men’s Health.

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Veo la reproducción de un cuadro de Émile Bernard, el seguidor de Cézanne y destinatario de correspondencia. El cilindro, el cono, la esfera, etc. Una tomadura de pelo la obra de este hombre, nada positivo se puede decir: torpezas de infante puestas en primer plano, algo tan moderno.

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Un pintor demasiado foggy, oigo decir. Había mucho más que eso: dominio de la geometría compositiva, sentido del espacio, belleza formal y ejecución impecable. La neblina era opcional y a él le agradaba fundir. Su obra está envejeciendo mejor que la de otros pintores de su generación. Dejemos que el tiempo pase la escoba.

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Lo primero que pedí al decano fue una pareja de modelos para mis clases, femenino y masculino. Se planteó un problema administrativo de mucho cuidado que nadie sabía cómo resolver. Al final salieron las plazas a concurso y los alumnos pudieron trabajar del natural, sin inventos. Hubo quien enseñaba con el libro de la Bauhaus (traducido). Otros con la improvisación, tan estimada por la moderna enseñanza en las escuelas de arte.

Sin esfuerzo no hay recompensa y lo honesto es transmitir un sistema bien engrasado por la tradición, sin mística ni palabrería, con evidencias que el alumno puede contrastar por sí mismo. En definitiva: un orden.

Supone saltar por encima de la Modernidad y sus muchos baluartes, desdeñar lo fácil para entrar en la incertidumbre y evitar atajos. No todo el mundo puede hacerlo porque hay una exigencia básica que son las dotes naturales. Deben tenerse, no es sólo cuestión de aprender un buen sistema. Esas dotes se pueden trabajar e incrementar, sin duda: eso es el oficio y para ello sirve. Al terminar no estará claro que seas un buen pintor pero sabrás pintar. El circo para leones y trapecistas.

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Está de actualidad posicionarse ante Bouguereau y los académicos desplazados por los impresionistas, como si no hubiera otra cosa en el arte del siglo XIX. Menuda trampa. Hay mucha –y buena– pintura fuera de esa falsa dicotomía. Aquí la navaja de Occam es olvidar los estilos y las firmas e ir a las obras, de una en una.

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El bronce de las esculturas terminó en cañones o campanas según cómo pintase la época. La mayor parte de la estatuaria griega se ha perdido. Las piedras se utilizaron de cantera y no sabemos qué torpe Cristo románico salió de una Venus romana despedazada. Otras esculturas durmieron bajo tierra hasta toparse con la reja del arado. Los lienzos ardieron o se los comieron ratas e insectos. De lo que nos quedaba ha ido dando cuenta el siglo XVIII con sus mejunjes malsanos, el XIX con repintes imaginativos y el XX con reentelados de lienzos que estaban bien (creo recordar que sólo 3 obras de Velázquez siguen sin reentelar, uno de ellos la Coronación de la Virgen, que estos ojos han mirado sobre el caballete, a placer y sin barniz), las desatribuciones con borrado de firma auténtica para que al historiador le cuadre su teoría… Quizá sea verdad que sólo del veinte por ciento de lo que exhiben puede decirse, apropiadamente, que es auténtico.

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Son temas, los de nuestra Guerra Civil, recurrentes y pesados. Ahora el nudo gordiano parece estar en discutir si el asesinato de Calvo Sotelo por policías de la Motorizada de Prieto fue o no el impulso final que necesitaban los militares descontentos con la República para sublevarse. De haber sido asesinado en la calle, mientras hacía lo que fuere, hubiera pasado por otro atentado terrorista más, de los muchos que se dieron entonces. Pero fue sacado de su casa por fuerzas de orden público que se identificaron como tales, delante de su familia y supuestamente para protegerle. El asesino le metió dos tiros en la nuca desde el asiento trasero del vehículo que lo trasladaba –una ejecución al modo soviético– y su cadáver arrojado a las puertas del cementerio. El asesino se escondió en casa de Margarita Nelken, firme partidaria de la eliminación física del adversario.

Un asesinato que parece hecho a medida para incitar la sublevación de los militares contrarios a la República. Los historiadores afines a los perdedores tratan de quitar hierro al asunto manejando dos conceptos: Calvo Sotelo era poco más que un mindundi, olvidando que fue ministro durante la dictadura de Primo de Rivera, que gozaba de grandes simpatías en el estamento militar y que su asesinato no fue premeditado sino fruto del cabreo de unos exaltados por el asesinato del teniente Castillo a manos de falangistas. Según esta versión nadie sabía nada y los tales miembros de la Motorizada quisieron darle pasaporte a algún falangista y, al no encontrarlo, se fueron a por Calvo Sotelo. Hay que dejarlo así porque, sumándole algunos detalles, es la versión que puede dejar tranquilo a todo el mundo. Una parte de los generales que encabezaron la rebelión ya estaban decididos. Otros, como Franco, parece que sólo se decidieron tras conocerse la muerte del líder derechista pues, hasta ese momento (qué tozudos son los documentos), andaba con que sí pero ya veremos. Tras el crimen metió a su familia en un barco camino de puerto francés y subió al Dragon Rapide.

 

(La ilustración es una pintura de 1670 de Cornelius Gijsbrechts)