Era la revolución

 

Mariana Ginestà

 

Mariana Ginestà era adolescente cuando le tomaron la foto. Fue disfrazada para la ocasión y utilizaron el resplandor de su juventud. No había pegado un tiro con el fusil que lleva aunque, jugando con él tras la sesión de fotos como chiquilla que era, se le disparó accidentalmente y por poco mata a uno de los acompañantes invisibles. Recibió una buena bofetada.

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Lina Odena fue una heroína para los comunistas durante la Guerra Civil. Su principal hecho de armas fue asesinar de un tiro en la nuca a un cura con el que se topó en un camino. A sangre fría y para adoctrinar a sus acompañantes.

En esa misma excursión el coche en el que viajaba la cuadrilla se topó con otro ocupado por falangistas y el chófer los confundió con anarquistas. Dio comienzo el tiroteo y los del yugo y las flechas pusieron en tal aprieto a los otros que la Odena se pegó un tiro en la sien para no caer prisionera.

La leyenda creada con la asesina dice que se enfrentó a varias docenas de moros matando a la mayoría antes de ser apresada, violada, descuartizada y arrastrada por las calles. Otra versión cambia los moros por marineros, que a saber lo que buscaban en el secarral.

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Vale la pena escuchar a Caridad Mercader, la madre del asesino de Trotsky, en un mitin dado en México en noviembre de 1936: «No esperábamos que de este pueblo tuviéramos una ayuda frente a la lucha que estamos sosteniendo. De este pueblo que fue víctima de los conquistadores, pero es que el proletariado de España no tiene culpa alguna de la rapiña y los malos tratos de que fuisteis objeto».

Ochenta años más tarde el discurso sigue intacto: el proletariado como sujeto pasivo de la Historia y la confusión interesada entre los Gómez, López y García y los pueblos precolombinos. Respecto a los conquistadores que pregunten en Trujillo y Medellín cuántos duques, condes y marqueses se embarcaron en la Conquista.

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Wiili Münzenberg es otro de esos santos laicos elevados a los altares de la hagiografía leninista. De todo lo que se le atribuye su obra más lograda fue el llamado Club de los Inocentes, esto es, el extenso grupo de intelectuales europeos que practicaban una defensa cerrada de la URSS, un país en el que de ningún modo hubieran querido vivir.

El más que astuto Lenin sabía que, todavía mejor que tener de su lado a la conciencia, es tener a los creadores de opinión (¿suena?). Por ello, la defensa cerrada del comunismo –al punto de silenciar los juicios de Moscú, los asesinatos y el Gulag– es el mayor escándalo intelectual del siglo XX, con la sumisión «voluntaria y gozosa» (sic) de la inteligencia a la tiranía.

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Se dice que es más fácil deslumbrar a un ilustrado que a un zote. Al segundo, cuando no le encajan realidad y teoría modifica la teoría. El ilustrado empeña su vida en modificar la realidad.

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Ningún oficio tan sucio como el de perdedor. La derrota carga siempre con la sombra de la sospecha mientras el vencedor parece refulgir como azulejo en manos de Míster Proper.

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Nulla dies sine linea. Pero hacer monigotes sólo enseña a hacer monigotes, aunque te salgan bien.

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No se puede dudar de la inteligencia natural de Picasso si bien no es cierto que de niño pintara como Rafael o que sus trabajos académicos tengan la excelencia que se les atribuye. Su mayor logro consistió en hacer que quienes eran mejores y sabían más que él quedaran como ignorantes atrasados.