La mujer del alcalde

 

Albert Bierstadt - Storm in the Mountains (c.1870)

 

La charla da para todo, serio y de risa. Destaco la imagen de Santiago Bernabeu con la Vespa convenciendo a Franco para que permita el bikini en las playas «o estamos perdidos, excelencia». Así comenzó el boom turístico pues las grandes cosas suelen tener origen simple.

La alegría de J. que salta por encima de todos los males: de figura respetada a tener que arreglarse con 600 euros al mes mientras sus imitadores gozan de contratos sustanciosos. A quién le importa. Ahora J. recuerda mucho físicamente, en simpático y sin amargura, al Brando que pintó Bertolucci en aquella película mantecosa. La elegancia espiritual de L. que termina por traducirse en una actitud ante la vida. Nos da el final del día charlando.

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Taxativo: quien intenta hacer la revolución no debe extrañarse lo más mínimo de que otros hagan la contra-revolución. Y el proceso puede acelerarse hasta terminar en conflicto.

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Falta poco para que los museos sean espacios repletos de objetos falsos mientras los auténticos duermen, invisibles salvo para los especialistas, en salas acorazadas.

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Una de las grandes ciudades europeas ya tiene alcalde musulmán. He visto las imágenes en la tele y lo que me ha parecido inquietante no es que el político practique esa religión sino el atuendo de su mujer, que estaba sentada detrás. Cualquier cosa que este hombre diga sobre la libertad está negada de antemano por ese atuendo.

El destino de la izquierda europea parece consistir en hacer de puente para que el Islam se instale, convencida de que sólo de este modo podrá dominar Europa, que no será tal sino Eurabia –en expresión de Fallaci– y en la que, de todos modos, sobrará pues el Islam es, igual que el comunismo, religión e ideología al mismo tiempo. Son los conocidos compañeros de viaje, los tontos útiles que deberán adaptarse o desaparecer en el futuro.

Los judíos, por su triste experiencia acumulada, ya se están marchando. Hacen bien mientras puedan, la historia les ha enseñado lo que pasó a quienes creyeron, en el pasado, que el lobo no tenía dientes.

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La Guerra Santa nace del petróleo, tiene su fundamento en el combustible fósil. Una cosa es ser dueño de los pozos y otra tener que vivir junto a ellos. Lo que asegura el poder es la propiedad de la tierra. Primero el dinero, después la tierra. A eso se están aplicando.

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La principal lección de la Historia es que la guerra siempre resulta inevitable. Basta con que uno la quiera.

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El nacionalismo suele consistir en una mezcla bien dosificada de agravios, igualitarismo de boquilla y refocile en la propia estupidez revestida de destino histórico.

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El retorno al orden en las artes, si se da, no vendrá por el realismo –que participa en buena medida de lo Moderno– sino porque el artista vuelva a colocarse con limpieza ante el natural, olvidando el estilo y dando su propia respuesta emocional y técnica. Los profesionales no van a estar porque morirían de hambre ya que no hay sitio en los espacios actuales para las obras que pudieran hacer. Ha de ser quien pueda dedicar tiempo a esto sin tener que vivir de ello. Y que sea joven con mucha vida por delante porque el esfuerzo es arduo.

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Me causa profunda decepción ver en lo que terminan los estudiantes de la academia resucitada. Durante su formación tienen buen profesorado –gente que lo ha pasado mal para conservar saberes– y se aplican en dominar las cosas del oficio, todas ellas necesarias y algunas imprescindibles. Pero después, tras haber pasado por la sencillez del estudio académico, sienten la necesidad de complicarse la vida y demostrar que son capaces de grandes hazañas, en un mundo en el que justamente las hazañas vienen del lado de la tecnología. Salvo raras excepciones terminan pintando o esculpiendo cosas insufribles, a veces de una cursilería ofensiva, que pretenden que justifiquemos por lo bien hechas que puedan estar. El aire de esas obras está tan viciado como el de las hiperrealistas.

 

(Bierstadt: Tormenta en las montañas, 1870)