Como loco

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Pregunta un lector cómo me organizo para hacer copias del Prado sin estar en el museo. Hace años era un problema porque dependías de ilustraciones en libros que nunca eran fieles. Podían estar más o menos bien desde el punto de vista gráfico pero en absoluto reproducían con fidelidad los colores. Copias he hecho que, contrastadas después con el modelo, te hacían ver que la gama no era la misma por más que me hubiese esforzado. En el fondo daba igual porque no se trataba de la fidelidad del copista sino de aprender del maestro, una forma de arrodillarse ante el talento y rendirle tributo.

Por fortuna hoy las cosas son muy diferentes. El Prado cuenta con un servicio profesionalizado de reproducciones –no me refiero a las que se venden a los visitantes– que puede fotografiar para ti cualquier obra o fragmento que les indiques. Pagando, naturalmente. Pero te harán la foto con un respaldo digital de alta resolución y midiendo la temperatura de color, con objeto de que puedas verla en el ordenador tal y como se tomó.

Objetivamente el color no existe sino que depende de la iluminación. Un rojo bermellón (sulfuro de mercurio en cuanto químico) lo veremos más encendido o más frío de acuerdo a que, fuera de la ventana, haga un día soleado o el cielo esté cubierto. Con la iluminación eléctrica sucede lo mismo: la neutralidad no existe –todavía– ni siquiera en el caso de luminarias led calibradas. Todo esto es obvio pero se olvida a menudo, así que la foto digital que te envíen los fotógrafos del Prado tendrás que retocarla un poco –ajustar la temperatura– en base a tu recuerdo del cuadro, que no deja de ser un factor subjetivo.

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Estaba completamente loco, por supuesto. Se le fue la cabeza a lugares que los demás no podemos visitar y de ellos volvía con desgarros en forma de poema. Sabía que el mundo es un manicomio pero razonaba como si todos estuviéramos cuerdos.

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No contribuir al ruido puede ser una excelente aportación artística.

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No me impresionan los soldados victoriosos sino los que luchan hasta el final sabiendo que la victoria ya no es posible.

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Es una mujer muy atractiva físicamente, lo sabe, se cuida y lo explota. Es artista de happening y alguien financiará lo que hace. Entre sus obras cabe destacar arrojar huevos cargados con pintura desde su vagina hasta un lienzo blanco, en una plaza pública, junto al mar o en otras situaciones que encuentra especialmente interesantes.

Otra performance muy celebrada es poner a dos modistos famosos dentro de unas cajas y explorar sus partes pudendas, que no quedan expuestas a la vista del público aficionado.

A mediados de los años 60 del siglo XX el francés Ives Klein colocaba un lienzo en blanco en el suelo, embadurnaba con pintura azul a una modelo desnuda y la hacía tumbarse de frente, de espalda o arrastrarse en diversas posiciones sobre la tela. Lo llamaba improntas y las hacía a la vista del público. Lo mejor de los vídeos al respecto que andan por la red es la cara de los entendidos. Casi igual de circunflejos que los habituales en las exhibiciones de Abramovic.

No ha dejado de hacerse este tipo de cosas desde que se inauguró el Cabaret Voltaire en 1916. El sol ha seguido saliendo cada día y el arte, siempre en riesgo de defunción, no termina de ser enterrado.