La vida es una gata

 

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Acaricio delicadamente su cara de piel fina y su pelo. Tiene los ojos cerrados pero no está dormida. Debe caminar por ese país de bruma al que no puedo seguirla. En un instante abre los ojos y dice: ‘Sabía que eran tus manos’. Me deja parado pero enseguida la recuerdo joven y siento como si tuviera algo en la garganta que se resiste a pasar. La congoja me atenaza. Sonrío y ella añade: ‘¿Cómo te has enterado?’

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El regreso es atroz. Por la noche tengo una hipotermia inexplicable. Tanto frío que debo frotar una pierna contra otra. Tirito y me despierto con dolores por todo el cuerpo. Bacteria o sufrimiento, qué más da.

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Dos gatos en casa, macho y hembra, y no se pueden ver. O mejor: el macho no puede ver a la hembra, que llegó después. Cuando la encuentra en sus dominios le da unas palizas tremendas y hay que poner cuidado en mantenerlos separados. La gata domina las dos plantas superiores, los estudios (así andan de pelos los cuadros frescos), terrazas y tejados. El macho vive en la planta baja y es el señor del patio y todo lo que contiene.

La gata, a pesar del maltrato, siente una curiosidad muy grande por el macho: lo observa desde los tejados con un interés que sólo rompe el movimiento de alguna de las tortugas de la fuente. Es una cazadora formidable, al contrario del gato que es apático al respecto,  y no pasa día sin que aparezca con una muestra de afecto en forma de salamanquesa, pajarillo o saltamontes. Me da lástima de los bichos porque, aunque pretende regalármelos vivos, vienen malheridos y se mueren al rato. Una noche se presentó con un murciélago, muy ufana, pero el animal consiguió escapar y meterse entre los libros. Dejé la ventana abierta y supongo que escaparía.

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El que posee un talento debe intentar mantenerlo puro.

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Hay tres caminos seguros para destruir tu alma: lo que otros te hacen, lo que los otros te hacen hacer y lo que por voluntad propia haces a los otros.

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La vida es esa gata arrastrando al murciélago escaleras abajo.

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El destino no se basa en las elecciones conscientes sino en todas aquellas, pequeñas, que tomaste sin pensar.

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La tiranía descansa sobre una inmensa cantidad de pequeñas farsas que terminan por ser una inmensa tragedia.

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La tiranía es una casa desproporcionada que da risa a unos y pavor a todos.

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El sarcasmo es ironía sin alma, en carne viva.

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Se nos ha enseñado a valorar las dificultades y despreciar lo que nos fluye con facilidad. Sin embargo lo que nos sale con poco esfuerzo es lo más profundo que tenemos y podemos ofrecer.

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Es reconfortante mirar vídeos del tipo ‘matones reciben su merecido’. En ellos se puede ver a hombres mayores dejando fuera de combate a tres o cuatro ladrones jóvenes, un tipo bajito poniendo a dormir de un solo puñetazo a un gigantón, al niño gordito víctima de acoso aplastando a su victimario. Cosas bonitas que te hacen creer que la justicia natural existe y es frecuente.

¿Y qué demonios hago yo viendo esos vídeos? Cosas de la edad, seguramente.