Ya es tarde

 

alexander-sennikov12

 

Admira un periodista la prosa de Savater y hace bien pues que la usa para decir y no para hacer bonito. Aunque el de las columnas crea que no se le nota el ornamento a lo que echa –dice– en el periódico, su estilismo –aunque no sea corintio– viene a ser dórico-jónico, que es como la prosa cipotuda pero sin voluta.

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Había algo malsano, podrido, en aquella relación. No puede ser que el amigo se regocije con las desgracias del amigo o, celebrando una alegría, le diga algo desagradable no vaya a ser que esa noche duerma tranquilo. Si el hijo del amigo estudiaba con Fulano este decía que no era genio, que los tales están muy contados y los conoce a todos. Eso fue una amistad como Dios manda y lo demás niñerías. Porque la amistad, para aquel hombre, consistía sobre todo en impedir que su amigo fuera feliz.

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Persigues algo y cuando lo alcanzas ya es tarde para disfrutarlo. Como no te pagan por ello tampoco tienes razones para extenderlo y entras en otra clase de disfrute: enterrarlo contigo.

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Me gustó mucho lo que dice Savater en una entrevista leída hace unos días: no deben confundirse fidelidad y lealtad. No le doy estado de filósofo a este hombre en mi imaginario pero sí de moralista o filósofo en alpargatas. Menos aún desde que despotricó contra Ratzinger diciendo que de hombre culto nada, que la teología es filfa. La mejor cortesana se tira un pedo y hay que dejarlo correr abriendo ventanas.

Pero sí, me parece muy acertado meter ahí el bisturí porque pienso lo mismo: no soy fiel pero sí leal, como esos perros que mueven la cola a cualquiera y se van un rato de paseo en su compañía pero, llegado el momento, saben volver a casa.

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En Cuenca dejé unos cuantos amigos y conocí algunos locos. Uno se tomaba por coche –Mercedes, claro– y hacía la vida agarrado a un volante. Venía de su pueblo a visitar talleres y gasolineras. Pasaba mucho tiempo aparcado y cuando se cansaba volvía al pueblo, cerca de la capital. Un día pegó un resbalón por la carretera del Júcar y se cayó a la cuneta, sin consecuencias. Era su primer accidente y dio aviso a la Guardia Civil de Tráfico: –Oiga, Comandancia, el vehículo Mercedes matrícula tal y tal ha sufrido un grave accidente en la comarcal X. Debió armarse muy gorda en la por entonces tranquila ciudad cuando los de Atestados, hartos de buscar el coche siniestrado, vieron al del volante con la matrícula colgando en pecho y espalda.

Otro que no olvido es Argimiro el del sable. Tal vez fuera descendiente de algún militar del XIX porque, cuando le daba el aire, se vestía de gran gala con uniforme de aquellos tiempos, ceñía fajín y sable y así se paseaba por la ciudad –antigua y moderna– con el paso propio de tal dignidad, la mano descansando en la empuñadura y la vista, demasiado fija para ser normal, dirigida al frente. No sé cómo acabó sus días.

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Intentar recordar a alguien y sentir que es imposible porque las brumas lo velan cada vez más.

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Nadie pinta como quiere. Es una frase bonita pero tonta: pintar como querer. Ojalá.

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¿Por qué decimos que el Velázquez de Las Meninas es el superlativo, el más Velázquez de todos? Es un cuadro pintado con prisas, con muchos cambios y muy pensado pero cada parte está pintada con celeridad, como si al pintor lo vinieran corriendo galgos. El detalle requiere tiempo, morosidad, hacer hoy un trocito y mañana otro. Los viejos carecen de tiempo para perderlo en nimiedades. Velázquez, con 57 años cuando pintó ese cuadro, era un viejo. Murió cuatro años después.