Paloma Chamorro, in memoriam

 

 

Lo dice un amigo y me lo aplico: mi mayor contribución al ahorro energético es haber nacido con pocas luces. Me vengo equivocando con una frecuencia que ya es para pensárselo. El primer cuadro que pintó cierto artista, hoy moderno archifamoso y al que entonces yo apreciaba como amigo, me pareció tan malo que no tuve otra que aconsejarle que siguiera con la carrera que estaba haciendo y dedicase sólo el tiempo libre a pintar.

Cuando llegó la embestida digital otro amigo tenía un negocio de fotografía química. Le iba muy bien pero tenía dudas y le animé a seguir. Cuatro años más tarde estaba arruinado y con lo que pudo salvar compró una licencia de taxi. Hoy circula por Madrid añorando los tiempos en que servía películas y papeles a los grandes fotógrafos del país.

Pero el mayor de todos mis fallos fue no darme cuenta de los enormes artistas que me rodeaban, todos aquellos que ahora llaman ‘la Movida’, un palabro que usaban mucho Txiqui B y QR. A mí la mayoría me parecían unos chicos sinsorgos, de corto vuelo y mucha ambición. Como en la adolescencia toqueteé la guitarra eléctrica me daba cuenta de que andaban escasos pero no de voluntad.

Sin embargo, parece que para gente un poco más joven que yo fueron lo que llaman, de modo tan ampuloso como azucarado, la banda sonora de su vida. Y ahí los tienes, de clásicos y hechos unos titanes de la música, el pensamiento y las artes. No recuerdo ninguna generación tan banal en los resultados y, al mismo tiempo, tan premiada por sus intenciones. El que no es Premio Nacional de algo está en los libros de texto o le han sacado veinte monografías, todas iguales porque no hay más ni da para más.

El equivocado soy yo, sin la menor duda. Que aprecie falta de talento, repetición ad nauseam o sinsorguez a prueba de rayos laser sólo es muestra de las pocas luces que invoco al principio.

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A Paloma Chamorro la vi por primera vez en una exposición en la Fundación March. Debía ser 1976 o 1977 y alguien me la presentó. Resulta que aquella mujer minúscula de cuerpo, cabeza grande con rasgos de pepona y pantalón ceñido de lamé dorado hacía un programa de arte en la tele. Por entonces yo era alérgico al aparato y sólo había uno muy chico en casa para que el niño viera Mazinger Z.

Paloma era simpática, muy sonriente y acogedora. Pronto me invitó a las veladas en su casa, con los otros Artefacto y con los de Trama* que aparecían de vez en cuando por Madrid. Además, muy lista y con olfato, se abrió a pagar colaboraciones a los que entonces parecía que nos íbamos a comer el mundo.

Más allá de que me hiciese alguna entrevista fuimos buenos amigos, sin tonterías adheridas. Nos llevábamos bien y había buena liason, algo relativamente fácil cuando no esperas nada del otro.

Un día nos propuso a JMB y a mí un viaje a París con todo pagado, más una buena retribución, por entrevistar a unos pintores hoy olvidados pero que daban mucho que hablar entonces. JMB tenía que participar, además, en un mitín político en la Mutualité y nos esperaban Leopoldo MP, Felix Guattari –que había estado viviendo unos días en mi casa de Madrid– y Bruno Vayssière, discípulo de Guattari. Paradójicamente, en aquel viaje de modernos para entrevistar a modernos, nos encontramos en el Pompidou con los pintores Zóbel y Laffon, que estaban de visita. Y con mi querida Caty Picasso, que estaba trabajando en el pom-pom-pom-pompidú, como le llamaba Leopoldo con sorna.

Hicimos las entrevistas y lo pasamos bien. Hubo risas y hasta peligros que no vienen a cuento.

Tiempo más tarde me convocó Paloma a la tele junto a otros pintores rompedores** para anunciar que pretendía invitarnos a pintar en directo, sobre unos paneles, mientras actuaban no sé qué músicos. Entendí la buena voluntad de Paloma por hacernos promoción gratis pero puse pie en pared y me negué: sólo desistió cuando dije que yo no era payaso sino pintor. Tenía en mente las payasadas de Dalí e imitadores y pensarlo me revolvía las tripas. Por otra parte sólo soy capaz de pintar a gusto en soledad y silencio, escogiendo –en todo caso– la música que me acompaña.

No participé del festolín. Lo aceptó pero debió pensar que soy todavía más tonto de lo que parezco o de una soberbia inoxidable. Ambas cosas.

Antes o después de aquello me llamó para que nos viéramos en una cafetería que hubo en el edificio Capitol de la Gran Vía, que tenía arriba un lugar tranquilo para charlar. Me contó el complot, el golpe de mano, que QR y un hoy diarista celebrado le estaban montando para echarla y quedarse con el programa. Por la risa y el tono vi que estaba muy protegida, muy segura, y que el asunto acabaría mal para los dos colegas. Tal vez quería usarme para que yo advirtiera a los intrigantes pero, siendo amigos los tres, le dije que me inhibía y que guardaría silencio sobre lo que acababa de contarme.

El asunto se resolvió como era de lógica: QR y el hoy diarista terminaron en la calle y quien los delató se quedó trabajando en el programa.

Después me aislé unos meses y en 1981 me vine a Trujillo, harto de movidas. Mis dos amigos, durante una exposición colectiva que fue celebrada y en la que, sin falsa modestia, me llevé por delante al resto, quisieron jugármela con mi marchante para colocarle a un X que maquinaba tanto como ellos. Salí desencantado y deprimido.

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Me enteré meses más tarde, pero la fuente no es fiable, de que Paloma estaba irritada conmigo por haber dejado Madrid. Su comentario, según tal fuente, fue del tipo ¿Quién se ha creído que es para largarse al campo, De Kooning?

Y nuevamente era yo el equivocado. En cuanto al punto de vista de un pintor moderno fue lo peor que pude hacer. Pero estaba la vida, la felicidad y ver pasar las nubes sobre el cerro de Pedro Gómez, bastante más satisfactorio que andar por galerías y cafés disfrazado de artista.

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Nunca volví a ver a Paloma ni hablar con ella. Le envié recuerdos cariñosos con una sobrina suya, restauradora, a la que conocí mientras trabajábamos en el retablo de los Santos, o de Felipe III, en Berzocana. Así hasta que el poeta Alejandro González Terriza me comunicó la noche anterior a la aparición en los medios que la antigua amiga había muerto. Lo lamento profundamente, echo de menos los ratos del pasado y pido por su eterno descanso. Atrás quedan muchos recuerdos que son triviales pero llenan la vida de un tiempo ido.

 

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*En torno a Trama estaban los pintores Broto, Grau, Rubio y Tena, además de Federico Jiménez Losantos y Alberto Cardín.

**Me entero incidentalmente de que se pintaron 11 paneles, luego fuimos 12 los pintores invitados a participar. Está bien no haber formado parte de tal apostolado.