Humo, humo.

 

 

Hace muchos años pasaba cada verano unos días en Llanes, Asturias. Antes de que Ibarrola, –ciudadano ejemplar y execrable artista–, estropeara el rompeolas con sus colores de payaso de un circo de barrio y antes de que la marea del turismo anegara todos los rincones de España.

Uno de aquellos veranos conocí a una de las personas más extravagantes, sin pretenderlo, que me ha ofrecido la vida. Físicamente era muy parecido a Groucho Marx pero con bigote real en lugar de pintado. Fumaba puros en modo experto y daba clase en un instituto laboral. Era soltero, sin compromiso, y vivía con su madre –una anciana con mucha clase– en un caserón llanisco que había conocido mejores tiempos, con jardín tapiado y extenso y su correspondiente pomarada.

Era cliente fiel al estanco de Davidoff en Ginebra. Acudía dos veces al año a hacer sus compras y era atendido por el mismo Zino. En los dos viajes, aprovechando las vacaciones, gastaba todo el sueldo que recibía como profesor a lo largo del año.

Convertía en humo varios millones de pesetas. Con algo más de la confianza que dan el tiempo y el trato le pregunté de qué vivía y respondió que de su madre. De la pensión de viuda –los ahorros ya se los había fumado por entonces– y de la venta de fincas, muebles y cuadros de la familia. Supongo que, al morir la anciana, también vendería la inmensa casona y los dineros acabaron en la cuenta del famoso tabaquero.

Aquello sí que era dépense y no la teorizada por Bataille. Todo junto, dépense, potlach y transgresión. Con bigote Groucho a la asturiana.

Hace tiempo que le perdí la pista y no puedo decir si la cosa terminó en cáncer o, arruinado del todo, acabó fumando Farias. No le pega al personaje a causa de la necesaria, y siempre presente, coherencia formal según la cual conociendo tres rasgos podemos deducir el cuarto.

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No había caído en la cuenta de que el impresionista Pisarro es en realidad un Pizarro. Leo que su padre era judío portugués. Interesante, pues viviendo desde hace muchos años en el pueblo del conquistador, no podía imaginar que una parte de la familia era de sangre ‘sucia’ –según el lenguaje de la época.

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Quiérelo como fue, con sus pequeñas mezquindades y discretos egoísmos. Eso lo hacía tan grande pues, de otro modo, hubiera sido falso e insoportable.

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Lo peor que te puede ocurrir es llegar a los 80 siendo un Rolling Stone en ejercicio.

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La democratización de las artes tiene su aquel. Esta mañana sabatina desayunaba oyendo un oratorio de Haendel escrito para reyes, príncipes y principales. Mientras bebía café imaginaba el escenario, los vestidos y la fiesta.

Nos hace falta, para que la democratización dé otro paso, que con la música podamos acudir al estreno. Con peluca si hiciera falta.

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Una idea compartida por comunistas y nazis fue que aniquilar por completo a los enemigos era un sacrificio obligado para lograr un mundo mejor.

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De abuelo republicano y abuelo monárquico, me vi obligado a entender las razones de ambos. En cuanto a mi propia historia, Franco me hizo republicano y los comunistas han terminado por hacerme monárquico.

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El islamista de hoy, como el católico de ayer, no se integra: te integra por las buenas o por las malas.

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Consigue indignar la falta de escrúpulos de aquellos opinadores que repiten una y otra vez la versión de la Guerra Civil como la lucha de los demócratas contra el fascismo.

No les entra en la cabeza, como si los hechos reales fueran pecado, que: a) el Frente Popular no era ‘la democracia’, b) los comunistas, socialistas y anarquistas (de diferente ideología pero coincidentes en los métodos) no luchaban ‘por la democracia’ sino por la revolución.

El partido fascista, Falange, era muy reducido y la sublevación militar no se hizo a favor del fascismo, como repiten incansables, sino ante la falta de garantías constitucionales y la persecución religiosa.

Que después una sublevación que pretendía garantizar el orden republicano se aliara con el fascismo y deviniera en tremenda dictadura es lo que tiene que meternos miedo y darnos qué pensar.

 

 

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