Horror y sensiblería

 

 

Corren los días de un verano seco. El nivel del agua en los pozos ha bajado de modo alarmante y los árboles caducifolios han detenido la circulación de la savia en una especie de falso otoño. C. mide cuidadosamente la lluvia caída con sus aparatos y este año anda preocupado. La mejor solución es la romana imitada por los árabes: aljibes ocultos en el suelo, –protegida el agua de la luz que la corrompe–, capaces de almacenar grandes cantidades durante la temporada de lluvias.

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No creo en la obra como catarsis personal salvo que andes mal de la azotea. Pintar es placentero en la perfecta inconsciencia del loco en trance, mientras haces lo que ya sabes hacer o cuando eres una industria como Picasso. Lo habitual es que sea un un trabajo mental extenuante.

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Cuando pintas lo que hay por delante son preguntas e incertidumbres y es un estado, al tiempo, de felicidad e inquietud. Necesitas respuestas, certezas, que sólo puede darte el oficio.

Suele decirse: la obra tiene vida propia y te habla, hay que saber escuchar, ella te guía. Falso, la vida está en ti: has sacado al exterior lo escondido, lo has puesto sobre la mesa y ahora tienes que hacerle la autopsia para dar explicaciones.

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Vamos en sentido inverso a la razón: en lugar de enseñar a la gente a vivir en los palacios pretendemos que los asalten de nuevo.

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Todos los jóvenes son guapos cuando eres viejo.

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La respuesta del pintor a la fotografía no puede ser más fotografía sino más intensidad. Hay caminos que abrieron los grandes pintores que nos permiten ser más reales que la imagen fotográfica. Hay que entender bien lo que significa más real.

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Algo está profundamente equivocado si surge una institución para preservar el arte realista (sólo realista, sin adherencias), que hace una encuesta entre asociados y publica este ranking de autores: 1-Bouguereau, 2-Alma-Tadema, 3-Gérôme, 4-Rafael, 5-Leighton, etc.

Rembrandt en el puesto 7, Rubens en el 12 y Velázquez en el 34, por detrás de Waterhouse, Rockwell, Parrish y Hopper.

Más parece la lista interesada de unos cuantos coleccionistas revalorizando sus inversiones. Sepan que en 1960 un Bouguereau podía costar entre 600 y 1500€. El último subastado se fue a 1.400.000€. Ni lo de entonces ni lo de ahora.

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En Inglaterra se ha hecho una encuesta para conocer el gusto actual de los ciudadanos con relación al arte. Admitamos que lo de Banksy lo sea. El rival es nada menos que ‘La carreta de heno’ de Constable, uno de los maestros del paisaje del siglo XIX, con marcada tendencia al sentimentalismo en los cuadros de estudio y excelente en los estudios sur le motif.

La gente prefiere lo de Banksy y es natural: una niña en silueta negra, lo suficientemente descrita como para inspirar ternura, suelta al aire un globo rojo con forma de corazón que significa todas las cosas conmovedoras y bellas.

De todo esto hay precedentes en el XIX. El más significativo de todos el antedicho Bouguereau. Este hombre, que dominaba el dibujo, el claroscuro, el color y la composición, fue capaz de poner en pie cuadros de mérito en lo técnico pero lamentables de contenido pues chocaban frontal e irremediablemente con la mayor ansia de aquel siglo: el realismo. No era idealista sino idealizante, que puede parecer lo mismo pero no lo es.

Estaba convencido de que el siglo, las ideas estéticas y sociales, eran purito bullshit y de que su obligación era ofrecer al espectador el consuelo de un arte fuera del tiempo y ajeno a las modas.

No era vano empeño y, por decir la verdad, el pintor consiguió crear el mundo que pretendía: todo en su pintura es tierno y sensiblero, está pintado con dominio y sería estupendo que tal mundo hubiera sido real o posible en algún momento de la historia de la Humanidad. Algo así como lo de Matisse, otro devoto de la vida fácil, pero sin la estridencia del color y el chirrido de las formas. En Bouguereau la pincelada es tan suave que nunca hiere delimitando: se funde como mantequilla.

Sus niñas, abundantes en los cuadros, son ideales: bonitas, de grandes ojos y caritas redondeadas, con boquita de corazón. Un amor de criaturas, cuyos modelos debió costarle encontrar y a las que, obviamente, mejoró.

Si son niñas campesinas las representa en el momento de echarse la siesta junto a las mieses o bajo la sombra del árbol. Si van a por agua, vuelven dichosas con el cantarillo, que nunca pesa.

Como Dupré pero sin esfuerzo, polvo, sudor y lágrimas. Campesinas felices con su suerte, bien alimentadas y dueñas de una belleza de la que no son conscientes, como las mariposas y libélulas.

Por no hablar de los bosques de Francia, –tan bien ordenados por Napoleón que no hay modo de perderse salvo que te empeñes–, poblados de ninfas, amables y apuestos sátiros, driadas, geniecillos y todo el resto de fauna mítica. En buena paz y armonía, jugando, durmiendo, reposando y por completo ajenos a las insidias de Pan y las sugerencias metafóricas de Dionisos.

En los retratos, muy bien hechos, correctos y sin duda muy parecidos, no hay lugar para los caracteres dudosos: todos son de rostro noble, mirada limpia y te echarían una mano si lo necesitaras. empezando por el propio pintor, que era como un santo laico.

Da lástima que no fuese verdad y que el ojo implacable del siglo mirase en otra dirección. Con todo, por ofrecer la información completa, los cuadros de Bouguereau no se han perdido: los propietarios los conservaron conscientes de que ‘algo tiene el vino cuando lo bendicen’ y ahora regresa triunfal en un arco imposible: en USA se ha editado su obra completa en dos volúmenes, con un estudio biográfico y técnico muy serio acompañando. Edición que ya se ha agotado y van por la siguiente.

El cuadro de Constable es, con mayor chispa pictórica, otro icono de la democratización del arte –como Banksy– y tan reproducido que, de haber derechos, habría generado millones y millones. A pesar de la soltura (es el reverso de Bouguereau en cuanto a tratamiento del color y la textura) es un cuadro dulce, amable, es la Vieja Inglaterra rural, de verde eternidad, no de prodigios –dijo el poeta.

Constable es un pintor admirable por diversas causas, la primera de todas que se atreviese a plantar el caballete en el campo y tomar notas de lo que veía, con una viveza y una falta de objetividad extraordinarias. Quiero decir: que mira como un pintor y traduce con lo que tiene en la paleta. En tales apuntes, notas, esbozos o como quiera, hay un temblor de lo real que resulta emocionante.

Elegir entre la niña soltando el globo de Banksy y el idílico paisaje de Constable representa muy bien este tiempo: todos los culos pueden opinar, de lo que sea, siempre que no represente peligro. O sea, poniendo mucho cuidado en las preguntas. En tal sentido, el cambio de paradigma popular (refugio maravilloso de la cursilería pero también de la crueldad) resulta lógico: la niña de Banksy suma horror y sensiblería, el tema de nuestro tiempo.

 

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