Agradar sin distraer

 

 

Voy teniendo menos cosas que contar y peor memoria para hacerlo. Me irritan los olvidos, planeo cada cosa para que nada quede atrás y al día siguiente me doy cuenta de que olvidé algo importante. Sucede lo mismo con estas notas: surge la chispa y construyo mentalmente una frase o un razonamiento para anotarlo en cuanto baje del coche, deje de oír la voz al otro lado del teléfono o termine una conversación. Y cuando voy a escribir encuentro un agujero, que a veces se cierra más tarde o permanece abierto y por él se fue lo pensado a ese lugar que debe ser imposible de transitar por lo empedrado que estará de ocurrencias. Mi abuela solía decirme: ‘Si no te acuerdas es que no era importante’. Con esa esperanza peleo con el dichoso médico alemán.

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El chico tiene un sistema eficiente de mezclar colores, más o menos basado en Munsell, y lo muestra gratis en Youtube. La superioridad moral que da ser capital del Imperio pues una idea básica llega al resto del mundo. Hace años, cuando yo estudiaba, tal conocimiento era de Preparatorio de Bellas Artes: sin saber cosas así no ibas a ninguna parte. Hoy en día, dilapidada de mala manera la tradición pictórica, parece revolucionario y tal vez lo sea.

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La pintura nunca es mejor que quien la hace y tampoco peor. Van Gogh en Holanda hubiera quedado como un discípulo torpe de Mauve. Fue necesario que eliminase las tierras y el negro de su paleta, que descubriera la luz del Mediodía, para traducir la realidad a pinceladas de ritmo trastornado y obsesivo. Pero conviene no equivocarse con este pintor: sus empastes no se han craquelado y aguantan perfectamente el paso del tiempo. Menos el amarillo de cromo, que se vuelve parduzco pero eso es cosa de los fabricantes de colores, no del artista. Y es que Mauve, pariente suyo, le enseñó una sólida técnica bien anclada en la tradición.

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Esta mañana recorrí la cubierta de una iglesia caminando sobre la estrecha cumbrera. Lo mejor para no tener vértigo es no pensar en las consecuencias de lo que estás haciendo y mirar al frente.

Un poco más allá de la prudencia se agazapa la cobardía, como la temeridad se esconde tras el valor. Las cosas en sus términos, no vayamos a tirar la casa por la ventana.

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Dice Alain Brossat, ex-trotskysta de la LRC (tuvo franquicia en España, recuerdo caras de aquel tiempo) y al que me parece recordar, en una entrevista que el arte moderno se ha comercializado al punto de no asumir la provocación y capacidad para mover conciencias. En definitiva: para no intervenir en el espacio político.

Es bastante probable que arte con adjetivo ya no sea arte, o al menos lo sea de un modo traumático. En todo caso, desde aquel dichoso urinario duchampiano de los años veinte, nos han colocado caca enlatada, modelos embadurnadas y revolconas, olor a mugre, insultos, artistas –mujeres– expulsando pintura por el mismísimo, otra dándose cabezazos contra los muros, inmigrantes a los que se espera pero no aparecen… No sé si lo que desea Brossat es que nos vomiten, orinen o escupan en la cara según entramos a la exposición, o directamente nos salten los dientes a puñetazos.

¿Qué tal si nos ponemos de rodillas –mentalmente– ante la realidad y pintamos en silencio?

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Leo sobre los influencers, los jetas de toda la vida. Hace años que cierta dama con título ya fallecida me ofreció colgar unos cuadros míos (regalados) en su casa pues daba muchas fiestas y se ofrecía a glosarlos con admiración (sic).

No piqué, claro, porque entonces no había confianza en ese tipo de personas y las llamábamos por su nombre. En aquellos años los críticos no cobraban por dejarte en buen lugar en el periódico o por escribirte el texto de un catálogo: si lo hacían era porque pensaban que tu trabajo valía la pena.

No sé, en este revuelto mundo en el que me adentro con paso cada vez más inseguro, tal vez aquellos sinvergüenzas eran visionarios y yo me columpié.

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El arte abstracto es inocuo y políticamente correcto. No ofende pues, como no hay nada representado, no compromete. Tàpies tuvo que pintar señeras y colgar barretinas para hacer explícito su compromiso con el nacionalismo. Imposible haberlo deducido sin tales obviedades. Y tiene su lado práctico, no crean, pues si cambiaran las lealtades basta con dar un tirón a la cuerdita de la que pende el símbolo y arreglado: otra vez una obra muda y perfectamente decorativa.

‘La Libertad guiando al Pueblo’ tiene un sentido evidente y define lo que pensaba políticamente el artista en ese momento de su vida. Hasta lo hubieran podido llevar al paredón por haberlo pintado. No caben equívocos.

No es casual que, en los escenarios de la política –los fondos de pared que vemos cada día en las noticias– haya cuadros abstractos. No restan protagonismo a quienes aparecen ante ellos y nos ofrecen una lectura digamos culta de su escenario de trabajo. No distraen, son pintura-gotera y como tal nos fijamos un momento y pasamos a otra cosa. Ni nos llaman desde la pared ni nos dan qué pensar.

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Hay un término medio: tampoco sería razonable lo que nos pide Brossat (¿estaba en la Mutualité de París en el mitin del 77? –eso lo sabría B., yo no lo recuerdo): el político hablando y una persona desnuda pintada de azul Klein, o sacando la lengua a cámara, qué sé yo. La pintura decorativa siempre tuvo una función muy clara: agradar sin distraer.

 

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