Lejos de todo

 

 

Volviendo de Cabeza del Buey pasas por el pantano de La Serena, uno de los más inhóspitos que haya visto: ribazos resecos con jaras agarradas a las pizarras, consumiendo los pocos nutrientes que estas producen, y sin arbolado hasta donde alcanza la vista. El calor en verano no da tregua ni metido en el agua.

Es penoso verlo en estas condiciones de sequía. Aguanta el charcón principal y buena parte de las reculas están en seco. Hay algo que mete miedo en este paisaje alucinado.

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Todos tenemos derecho a rechazar los dones naturales y a trabajar duro para alcanzar la mediocridad.

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No es conveniente hacer demasiado caso a las reflexiones del solitario sobre las mujeres. Tampoco de las que hace el seductor.

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Lo más difícil de pintar vanitas con calavera es asumir que estás pintando lo que fue un ser humano. Es mejor formalizar el asunto, concentrarte en lo que el oficio demanda y no ponerte a especular sobre cómo fue su cara y la vida que contuvo. Por más que resulte imposible pues nunca tan cierto el pulvis, cinis, nihil de los clásicos.

No es un tema para todos los días aunque resulte fascinante al tiempo que asusta.

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Nuestros abuelos tuvieron una relación con la muerte, y los restos humanos, muy diferente a la nuestra. La asumían con menos temor, como parte de la vida, y eran capaces de conservar cosas como trenzas o mechones de pelo, vestidos, fotos del cadáver de las personas queridas y huesos.

En su lugar, para nosotros, se trata de porquerías. Quemamos los vestigios demasiado personales –tras pegar fuego al cadáver–, aireamos su dormitorio y, si es posible, vendemos su casa. Nos quedamos con lo valioso económicamente y lo bonito aunque pronto no habrá sitio en las viviendas para mostrar recuerdos.

Hace unos años compré en eBay un libro de cierto fotógrafo norteamericano que me interesa. Estaba casi nuevo y tenía una dedicatoria que decía más o menos: ‘A nuestra querida madre, que tanto ama el paisaje de su estado natal’. Llevaba cuatro firmas.

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Atravieso Medina de las Torres para llegar a Valencia del Ventoso. A la entrada quedan las ruinas de lo que debió ser importante harinera: una nave grande, de elevados muros y cubierta caída, que alojaría la maquinaria, unos tejados en línea que –desde fuera, sobre un muro alto– no se sabe si son viviendas de trabajadores y el cercón que se adivina para la llegada de los carros con grano y salida de las harinas camino de las tahonas.

Las tierras que rodean Medina son tierras de cereal en muchos kilómetros, aunque ahora sean otros los cultivos. La fábrica de harinas debió ser el negocio más importante del pueblo hasta que, pasados los años cincuenta del siglo XX, estos negocios se hundieron, incapaces de hacer frente a las novedades tecnológicas y a los grandes grupos empresariales que comenzaron a asomar. Ahora estas viejas fábricas, con arquitectura bella e interesante, producen en el ánimo parecida impresión a la de los barcos que se van pudriendo en tierra, cerca del mar.

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Valencia del Ventoso es un pueblo blanco, limpio. Hay calles en el centro con casas bien mantenidas. Las tipologías constructivas son muy sureñas, andaluzas en detalles. Se alegra la vista con tanto fulgor, con la sensualidad de las fachadas de trazado popular y elegante al tiempo. Balcones en saledizo, de pelar la pava o charla al fresco, con reja larga y vierteaguas en forma de dosel sencillo. A veces destacados de la fachada por el color y otras resueltas en ‘minimal extremeño‘ como suelen decir A. y C. En todo caso un pueblo en el que se puede –como oía en mis veranos infantiles granadinos– ‘comer migas en el suelo‘.

Estos pueblos, tan suyos, quedan lejos de todo. Has de ir porque raramente se pasa por ellos –camino de alguna parte– yendo con prisas, que es como nos desplazamos hoy en día. Son pueblos lentos, de otras épocas, a pesar de que una mujer comente en el bar, a propósito de una música algo molesta, que ‘menudo temazo‘ mientras agita barbilla y hombros al tiempo que mastica una tostada con manteca. O que el otrora tabernero distraiga la falta de clientes con un portátil seguramente enchufado a internet.

 

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