Imperfecciones de la memoria

 

 

Mea culpa, no lo había leído. Ignacio Gómez de Liaño publicó en 1998 un libro titulado ‘Contra el fin de siglo’. Lo he leído ahora, de un tirón pues tiene pocas páginas, y me he reído con ganas. Es un ajuste de cuentas con la patulea avantgardiste hecha por quien la conoce bien pues formó parte de ella en el pasado. El autor, dueño de una envidiable cultura clásica, nos cuenta el juicio que montan los dioses del Olimpo y sus Potencias a tan poco recomendable ganado. Naturalmente una parte de la diversión es saber quiénes se esconden tras los nombres con que figuran en el relato. Algunos son fáciles y otros no tanto pero se nota que Gómez de Liaño se divirtió escribiendo. Para el final deja a Trinquete, un sofista de vuelo bajo, y no digo más.

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En otro tono, gratamente sorprendido una vez más por la recién publicada novela de Julian Barnes ‘El sentido de un final’. Su irresistible mezcla de humor, melancolía y esa chispa para ver en la realidad las relaciones entre personas y cosas que a muchos nos pasan desapercibidas. Dice el narrador de uno de los personajes: ‘Era un tipo seriamente desinteresado de las artes’. Seguramente todos conocemos a alguien así y vemos que su vida transcurre con normalidad.

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Valoro mucho, en esta etapa de mi vida, a los amigos que saben mantener distancias en lo íntimo. Te aprecian, te tienen afecto, pero no precisan colgarse de ti ni compartir confidencias.

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La semana pasada tuve tres ideas buenas para anotarlas aquí, o me lo parecieron. Una de ellas ayer mismo, mientras pintaba en una cabeza de mujer, pero no recuerdo ninguna. Tengo la impresión de que se forman agujeros por los que se escapan las cosas que debería recordar. De vez en cuando vuelve alguna pero a lo literario: por sabor, olor o pisando baldosas que se mueven. Nunca sola y porque sí. La memoria se está convirtiendo en una mala amiga.

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Se supone que están ahí para salvarte pero, a la primera vía de agua, toman el hacha y tratan de agrandarla lo más rápido posible.

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Aquel amigo del alma cuyo afecto era tanto y tan sólido que, en la primera ocasión que alguien trató de perjudicarte, guardó silencio porque tú no necesitas que nadie te defienda.

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¿Cómo debe representar hoy la realidad el pintor que se interesa por ella? La realidad en sentido llano, lo que nos rodea por todas partes: el cielo, la tierra, los seres y cosas que viven en ella y podemos percibir con los ojos.

Desde el principio, desde que uno de nuestros antepasados trazó una raya en el suelo con un palo para indicar algo a otros, lo venimos intentando. Con unos cuantos polvos de colores, aceites y resinas obtenidos de las plantas, la pared de la cueva, el muro, una tabla o las velas de los barcos, nuestros antepasados lograron representarla, a veces, de un modo que todavía nos deja el alma en suspenso.

Se ha hecho de modo preciso, abierto, cerrado o sugerido. La técnica de la representación pictórica se ha trabajado a fondo y en varias direcciones, según las épocas.

Pero ya no hay nada que celebrar con ella:: ni el testamento de Isabel la Católica, ni la rendición de una ciudad sin importancia en un confín de Flandes. No hay reyes y princesas que retratar, ni travesías por los Picos de Europa de las que rendir cuenta a burgueses de salón.

¿La gloria de Dios reflejada en los cuerpos de los hombres? ¿La belleza de unas flores o frutos? ¿El misterio de una alegoría de difícil sentido?

El propietario que hizo a Constable el primer encargo de paisaje quería que apareciesen en él su casa y sus vacas. El comerciante holandés exigía que el bodegonista compusiera su pintura con objetos curiosos, a veces extravagantes y siempre caros, como ese nautilus engarzado en plata y convertido en copa. O las piezas de caza dispuestas sobre la gran mesa de cocina con imposible paisaje al fondo.

Ese mundo ya no está. En su lugar se nos dijo, y enseñó bajo pena capital, que todo en la realidad se puede reducir a cilindro, cono o esfera. Con tan escasos elementos se pintó ‘Guernica’, con la paleta de Monet se puso en pie el ciclo del Ocean Park.

Está la fotografía pero no hay que pintarla porque es filtro ciego. Un arte para los muertos y los ausentes, para hablar del que se fue lejos. Hay que mirar la pintura como espejo, que no debería ser un hule grasiento ni una superficie boba. En sus justos términos, como paisaje ameno que tiene un poco de todo.

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La historia es la certeza que se obtiene cuando las imperfecciones de la memoria se encuentran con las deficiencias documentales.

Lagrange

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Cuando P. supo que se acercaba el final no quiso ver a nadie, aunque sería más preciso decir que no quiso que nadie lo viera muriendo. Es una decisión fuerte, dura para él y para los amigos, aunque plena de la estoica dignidad que lo caracterizó en vida.

Fue prometedor poeta en su juventud y cierto día reuní las fuerzas necesarias para preguntar por qué no se había dedicado a ello. No lo hacía suficientemente bien –fue la respuesta. Y me hizo recordar la cita del pintor Delacroix: ‘Ser poeta a los dieciocho años es tener dieciocho años’.

 

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