En mi rincón calladamente

 

 

Dibujar es trasladar al papel o lienzo las coordenadas x-y presentes en la realidad. Los instrumentos son muy sencillos: una pequeña plomada o peso al extremo de una cuerda fina para situar puntos en las verticales y un lápiz, mango de pincel, aguja de punto, flexómetro  o varilla fina para las horizontales.

Los antiguos utilizaban algunos medios más, especialmente para los escorzos –que son difíciles de dibujar bien y el golpe de vista puede engañar–, tales como compases transportadores o proporcionales. Antonio López usa para sus arquitecturas urbanas una mira que sitúa a la altura del ojo dominante y un compás de dos puntas que coloca siempre a la misma distancia, apoyado contra la mira. Además hay que fijar los pies en el suelo en la misma posición pues, si no se hiciera, las proporciones no serían exactas.

Por mi parte, cuando tomo apuntes de paisaje, prefiero primar la composición sobre las proporciones, que no son relevantes para mí en este género de pintura pues un árbol puede estar más allá o más acá sin que el resultado final pierda verosimilitud pero una composición desparramada, sin orden, termina en obra fallida.

La figura, especialmente el retrato, es lo más exigente en cuanto al dibujo. No se puede colocar mal un ojo pues hasta el más ignorante percibe el error. Tenemos grabada de modo indeleble la anatomía humana aunque no se haya dibujado nunca.

Se concluye de ello que, a pesar de que el género pictórico más popular y aceptado sea el paisaje, es bastante más sencillo de ejecutar –en términos de dibujo– que la figura y el retrato. El arte del paisaje no descansa sobre la dificultad técnica sino en la capacidad del pintor para captar el momento de luz, que es asunto cromático.

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Termino la novela de Mariano Antolín ‘Silencio tras el telón del sueño‘. Es magnífica, llena de voces y ecos, de recuerdos y personajes que resultan familiares, vivos. Tengo la sensación de haber pasado por los lugares descritos, de conocerlos todos. No hay codazos, tan propios de los malos novelistas, ni se busca hacer cómplice –tremendo cliché– al lector. Ni lección que aprender salvo las que da la vida. Muy recomendable.

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Si aprendes a pintar bien un huevo de gallina, un limón o una naranja puedes pasar a pintar una cabeza. Si aprendes a pintar un árbol y un cielo puedes intentarlo con los paisajes.

Hablo en términos de corrección académica, esto es, desde el punto de vista de la naturalidad.

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Dichosos tiempos aquellos en los que se pensaba que ‘la clase obrera va al paraíso’ como si bastase con colocar ladrillos o apretar tuercas para ganarse el cielo y no hubiera –como entre ricos y burgueses– gente buena, mala y regular –que es lo más extendido.

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La coartada comunista de ‘quisieron hacerlo bien pero no pudieron y, por lo tanto, el verdadero (sic) comunismo no se ha puesto todavía en práctica‘ hace agua hasta en los programas de carne picada. Ya es un lugar común, un argumento de público dominio, que no se sostiene. La crisis económica se va desdibujando y los comunistas españoles no han sabido encontrar el filón. Apoyar el terrorismo a toro pasado, estar por la desvertebración de España, volver al manual guerrillero (cuanto peor, mejor), lo van a estar pagando en facturas muy caras durante los próximos años.

Han jugado con la gente, con sus necesidades y sentimientos, en lugar de poner sobre la mesa ideas acerca de cómo salir del capitalismo deshumanizado, de los lobbies, del riesgo de guerra sin abandonar nuestra capacidad y alianzas para defendernos, de la higienización de la vida política, de las puertas giratorias, de la política como profesión y no como servicio. No han planteado nada que una cabeza a medio armar no pueda considerar como sandez o bobería. Han sido, y siguen siendo, unos posturas, unos ocurrentes con poca gracia.

No puedo decir que lo lamento porque sería falso. Me alegro de que la ideología que está detrás del genocidio más grande que ha conocido la historia, de las más atroces tiranías, sea incapaz de encontrar nuevos argumentos con los que embaucar a los menesterosos.

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El hecho de que las dictaduras puedan durar hasta la muerte de los dictadores tal vez suponga que la especie humana, considerada como masa, es bastante conformista y estúpida.

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Todo es empeorable. La vida misma es un ejemplo.

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No es fácil hacerse idea del florecimiento cultural que tuvo lugar en Italia entre los siglos XV y XVI. Eso sí que fue una revolución en el sentido más fuerte de la palabra. Pero no se hizo mirando hacia delante sino hacia atrás, saltando sobre los siglos oscuros.

Hoy estamos condenados a mirar hacia delante y quien se niega a hacerlo sufre el castigo de la mujer de Lot.

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Hay que aceptarlo: después de cuatro o cinco horas pintando comienzo a ver doble. Probablemente las gafas se me han quedado escasas o se trata de la consecuencia natural de seguir cumpliendo años. Mejor no hablamos de estos ojos que se han de apagar un día: podía atar, sin gafas, una imitación de efímera en un anzuelo del número veintiocho, lanzarlo a la corriente, mirar todo su recorrido y clavar la trucha en el momento indicado. Ahora tendría que hacer lo mismo con una brocha de afeitar.

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Cito a un amigo querido:

Estoy en mi rincón calladamente, / apenas llega el ruido de la calle. / Estoy en mi rincón en esas horas, / en que mi vida es mía, no de nadie.

 

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