Su propio mundo

 

 

Cayeron unas gotas de lluvia al despuntar el día y el cielo está cubierto. Luminoso y plateado, no plomizo.

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Repinto, arreglo, espero. No quiero empezar trabajos nuevos hasta saber en qué consistirá esta nueva fase de mi vida, cómo organiza el tiempo una persona que pronto cumplirá sesenta y ocho años.

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Se han publicado fotos de W. Eugene Smith que no incluyó en su trabajo sobre Deleitosa. Se entiende por qué, aunque sean fotos estupendas en su mayor parte: les falta esa resonancia que convierte una imagen en símbolo universal, en icono.

Al hilo recuerdo mi vano empeño con las fuerzas vivas en que Deleitosa rindiera homenaje de alguna manera al gran fotógrafo, hace más de treinta años. Esfuerzo que condujo a la melancolía por el factor humano, ese que no cuenta para ti pero es crucial para los demás: el asunto todavía estaba en carne viva y nadie quería ver a sus padres o abuelos de aquella manera, las casas de pizarra sin revocar y el barro por las calles. Para mí nada de eso tenía importancia, sólo atendía a las fuertes imágenes de Smith. Ellos, menos atentos a lo fotográfico, veían su pasado inmediato y no lo querían. De hecho la autoridad encargó un trabajo para, tomando referencias en el de Smith, enseñar al mundo cómo es hoy Deleitosa.

Tenían razón. Al final son más importantes los sentimientos que las obras de arte, especialmente cuando la memoria sigue viva. Tiempo llegará en el que sea lo contrario: la única memoria viva será la de Smith.

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Lo que llamamos ficción, cuando es buena, funciona como un modelo a escala de la realidad.

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Anoche lo expresaba perfectamente JMC: Sorolla pinta la transparencia mientras que Velázquez trabaja con ella. Es muy sutil y se entenderá mal –y no pienso explicarlo– pero lo que contiene esa frase ha ocupado una parte de la vida de mi amigo, como químico experto en arte.

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La luz hace a la pintura y no al revés. Si el pintor no consigue encender la luz en el cuadro es porque entendió la forma pero no el color y, por ello, es un dibujante que colorea. O un escultor equivocado de oficio.

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Su mundo propio era no tener mundo propio.

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El espantoso olor a chicle de las adolescentes.

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Los olmos del camino se agitaban como si estuvieran soñando y todos los sueños fueran malos.

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El arte es un asunto y el mercado del arte otro bien diferente. Confundirlos denota poca sagacidad. El mercado del arte, como todos los mercados, opera especulativamente: nada tiene que ver su operativa con el valor real de lo que vende y compra. La confusión, en esto, es de lelos.

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Los años te hacen ser más tolerante con quienes te desean el mal. Parte de esa tolerancia consiste en pensar que alguna razón deben tener.

Al aceptar que ya estás en la última parte del camino y que todo lo que vivas es de prestado aceptas la derrota, la definitiva, y con ella el resto de derrotas.

No es que aceptes que tus enemigos tenían razón sino que, con tal de obtener la paz, estás dispuesto a concedérsela.

 

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