Uno igual a uno

 

 

Summertime an’ the livin’ is easy. Improvisando.

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El verde del pasto ha madurado tras las lluvias. Ahora es de una tonalidad más honda, con más azul. Los primeros verdes rezumaban amarillo limpio y faltaba paleta, todo se quedaba corto o se pasaba, jugando al uno igual a uno. El tiempo y la costumbre los ha calmado, como a nosotros. Y probablemente, dado lo tranquilos que se ven, se están aburriendo.

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Si la labor del arte –según la estética moderna– es abrir caminos, deberíamos reconocer que buena parte de ellos conducen al barranco.

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Tendemos a lamentar el bien que hicimos y el mal que nos devolvieron cuando sólo deberíamos lamentar nuestra habilidad para engañarnos.

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Maldita capacidad para descubrir un par de obras excelentes de un pintor que no conocía (finales del XIX y parte del XX, es decir, aplastado por los modernos), pensar que hay un autor por sacar a la luz y terminar viendo que esas obras son lo mejor que pintó y que todo lo demás ensucia y distrae.

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Cuando dedicas tanto tiempo a pensar en los errores cometidos y lo que tienes por delante, cabe preguntarse por las razones para seguir.

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Puedo dejar a un lado la obra de un artista no por lo que éste piensa en política sino por lo que dice en público, sin dejar por ello de aceptar su calidad.

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La muerte de mi padre me ha afectado más de lo que esperaba. No sólo por el destino, o azar, de que aguardase para morir a solas conmigo, el hijo lejano, sino porque la ausencia definitiva lleva a revisar la relación desde que tienes memoria, esto es: a revisar tu vida entera. Es penoso y duro, tanto más cuanto más choques hubo.

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Me recluyo más y más, para alejarme de la pena y por la degeneración inevitable.

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Cada noche toco flojito para los fantasmas de esta casa grande y vieja. No se quejan. Un tema y le doy vueltas arriba y abajo: lento, rápido, sin un plan, dejándolo ir. Escalas pentatónicas con notas azules, mayor y menor de La con las modulaciones habituales. Las variables son pocas pero la ornamentación pone el condimento. Los sonidos me calman y noches hay que me duermo sin darme cuenta.

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Salí de casa con una mochila para tomar a pie la carretera vieja de Madrid. En unas horas no sabía adónde iba ni cómo regresar, tampoco cómo usar el móvil. Atemorizado, me quedé en el sitio pensando que vendrían a buscarme cuando me echasen en falta. Me alcanzó un coche y se paró sin que el conductor dijese palabra. Sé quién es pero no recuerdo su nombre ni por qué lo conozco. Tampoco puedo despertar del mal sueño y, cuando consigo hacerlo, me embarga tremenda tristeza.

 

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El retrato que sirve de ilustración es obra de Vouet y es muy probable que represente al joven Velázquez durante su primer viaje a Italia. Existe un grabado del siglo XIX, de Pannier, en la Colección del Prado, a partir de esta pintura en el que se da por hecho que representa a nuestro primer pintor. Por ese tiempo también Vouet estaba en Roma.