Comeremos perdices.

 

 

Si pretendes pintar un fondo negro y no quieres que las cosas que van delante aparezcan recortadas has de considerar que al negro se llega, es un camino que tiene como guía a la transparencia.

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Son tan bonitas las perdices. En los años jóvenes abatí muchas y entonces no estaban cruzadas, todas eran patirrojas españolas, muy bravías. Hace mucho tiempo que no cazo, me gusta tanto lo vivo que me parecería espantoso matarlo si no representa peligro.

Me dio por pintar una perdiz en recuerdo de aquellos años. Una perdiz muerta, se entiende. Sobre una mesa y contra un fondo negro. Como no soy realista fanático, y tengo muy en cuenta las reglas del arte y el respeto por el oficio, me puse a buscar perdices en las obras de los bodegonistas clásicos, esto es: mayormente flamencos. Una pose, eso es lo que necesito, una pose expresiva. Y acabé encontrando una que me gustó, de un fan-no-sé-cuántos, que es parte de una obra llena de virtuosismo técnico, un derroche de habilidad.

Lo siguiente fue buscar una perdiz pero ya no son fáciles de comprar en las tiendas, al menos aquí. Llamé al amigo I., siempre dispuesto a ayudar, y al día siguiente estaba el pájaro en el estudio. Lo que vino después fue colocar la pose. El pintor holandés, muy realista en los detalles pero nada en la disposición del tema (geometría secreta por todas partes) no la colocó sin más. Prueba a poner una perdiz muerta sobre una mesa y tienes un gurruño de plumas, un cadáver inexpresivo.

El oficio dice que hay que sacarle partido al modelo y eso incluye alfileres, hilos atados a ellos para desplegar las alas si te interesara, bultos y atijos bajo el cuerpo –que no se ven–  para realzar cuello y pechuga, que es donde están las plumas más bonitas, la cabeza que se vea muerta, los ojos apagados. Y dibujarla a toda velocidad pues, aunque es invierno, la carne se corrompe muy deprisa.

El color tiene menos dificultades, una vez tienes el dibujo y bien cogida la estructura: vas mezclando colores zona por zona en un trocito de lienzo, en el propio que vas a pintar o sobre un papel que no absorba, y estableces toda la gama, tan exacta como seas capaz.  Lo demás es tiempo y experiencia.

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Bien, pero ¿quién quiere una perdiz en la pared de su casa?

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¿Se puede suicidar lo que ya está muerto? –dice un personaje de la última novela de Houellebecq.

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Días atrás lanzaban en los diarios la noticia de que se había descubierto la sustancia secreta con la que Rembrandt conseguía sus empastes. Se la envié a C. y quedamos para comentarla. Es estupendo tener amigos sabios con los que puedes practicar el ‘no lo sé pero tengo quien me lo sabe’ –que decía la señora.

El blanco de plomo, en el que tales empastes se basan, sólo puede obtenerse en medio ácido pero la ‘sustancia secreta’ que citan ha de ser necesariamente alcalina.

Por ello: o bien es blanco de plomo mezclado con blanco de San Giovanni (la receta de Cennini) o, si se ha detectado en estratos superiores, es el resultado de limpiezas antiguas hechas con jabón de sosa. La otra opción, un blanco de plomo alcalino fabricado por la propia Naturaleza, es altamente improbable.

Conclusión: sin una estratigrafía –que no han publicado– no sabemos de lo que están hablando pero la probabilidad más alta es que la dichosa plumbonacrita provenga de la costumbre de limpiar los cuadros con jabón.

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La delectación con la que el salvaje gasta un día entero de su vida tronzando, cortando y estrujando no sé qué planta para obtener unos sorbos de un líquido que parece gustarle.

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En el pueblo, por las mañanas, sólo se habla de viejos enfermos y de enfermos viejos. Es el tema de cada corrillo callejero y cada mesa de café.

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Conviene no utilizar grandes palabras con los hijos del tipo ‘daría mi vida por ti‘ pues, aunque fuera cierto, estaríamos obligándoles a hacer, o decir, otro tanto.

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La fealdad, como la vejez, se soporta mejor con mucho cariño.

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Cito a Degas, el mejor de todos aquellos: ‘La pintura es fácil cuando no se sabe hacer pero muy difícil cuando se sabe.’

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DJ cita a Burke: ‘Es fácil desmontar un reloj pero muy pocos pueden volver a montarlo.’

No es literal pero ése es el sentido. Lo mismo con el arte: lo que el Arte Moderno hizo con tanta facilidad puede costar dos siglos volver a montarlo.

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Los hombres estamos fatalmente programados: por una caricia, unas palabras de aliento ,y no digamos un beso en la frente, somos capaces de navegar océanos y conquistar países.

Quedarán las mujeres y serán hermafroditas.

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Nada agrada tanto como que el otro no sólo se sienta culpable sino que acepte gustoso el castigo.

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Resulta habitual la confusión entre libertad y democracia. Este sistema se sostiene sobre algunas libertades pero cercena otras. La libertad vive en otra calle.

Digamos que, de los sistemas totalitarios, la democracia es el más tolerable.

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La tiranía moderna necesita, como nunca, de grandes gestos humanitarios para compensar su inhumanidad inherente.

 

 

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