Para descansar

 

 

Esto se va apagando a medida que yo lo voy haciendo. Es reflejo de una etapa vital complicada cuyo final no puede ser feliz.

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Miro fotos en internet de los viejos amigos y comparo con el aspecto que tuvieron. Los más tontos de entonces han echado cara de listos, mientras que los inteligentes se han abotargado, irreconocibles en su despilfarro hormonal.

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Vuelvo a fumar después de más de treinta años. Poco, de momento, y con delectación. Unos puritos habanos que vienen en caja metálica y se gastan enseguida, como los momentos felices.

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Por las noches sigo reventando el auditorio fantasmal de la casona con pentatónicas mayores y menores. Disculpan gustosos los fallos artrósicos y aplauden hasta hacerse sangre en sus manos de humo y ectoplasma.

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Leo que Nadiuska padece esquizofrenia y vive asilada en una casa de caridad. Tengo entendido, o sospechado, que fue aventura pasajera de un familiar mío. Un hombre que amaba lo naturalmente bello pero murió tantos años atrás que no hubiera llegado a socorrerla.

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Aberrante: acudir al museo con prismáticos de bolsillo, de los que permiten muchos aumentos a corta distancia. No es lo mismo que cuando podías pedir una escalera en horas sin visitantes o mojar con saliva un barniz sucio para ver el color oculto. No es lo mismo pero consuela.

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Tengo muchos defectos pero nunca he sido clasista: desde duques y grandes de España hasta el herrero. Sin distingos en la amistad aunque no he cometido –hasta ahora– la cursilería imperdonable de mezclarlos. La cuestión no está en la cuna o el dinero sino en la novela personal, en el interés.

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Hablando de novelas, el otro día conocí por casualidad a un oficial del ejército, francotirador, que sirvió en misiones humanitarias en Afghanistán. Tiene su novela pero, cuanto más habla, más la emborrona. Lo salva la ingenuidad que asoma a sus ojos claros.

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La bondad natural, como el oído absoluto, son dones. La mayoría carecemos de ellos y de ahí la necesidad de trabajarlos y, en último término, del Estado.

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Creo no equivocarme diciendo que todos los que he conocido que pretendieron hacer de su vida una obra de arte murieron jóvenes, justo lo contrario de quienes se limitaron a vivirla.

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La persona del verbo ‘eres’ sólo debería utilizarse en frases amables.

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Cuando la sinceridad se utiliza como arma resulta destructiva. Más todavía cuando se usa para mentir pues, desde ella, se pueden montar grandes mentiras. Y lo contrario.

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Cuando alguien dice: ‘yo soy muy sincero y no sé callarme’, huye tan rápido como puedas. La sinceridad sin espoleta sólo se da entre íntimos, no es social.

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Una de las experiencias más difíciles para un creyente es ver al responsable máximo de su iglesia dando traspiés. Sería mejor que el tambaleo fuese por vino pues, al fin y al cabo, Jesús disfrutó del banquete en feliz compañía.

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Creo en los privilegios del espíritu pero no en los azarosos. Mi juicio sobre ciertas cosas puede estar mejor fundado que el de otras personas aunque el peso de nuestras almas sea idéntico. En pocas palabras: estoy a favor del despotismo ilustrado previa vacunación contra uno mismo.

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Valor histórico y valor artístico son cosas diferentes y no debieran ser confundidas.

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No te engañes, en esta etapa de la vida se vive más con los muertos que con los vivos por razones obvias. Salvo esas personas que aparentan, y tal vez lleguen a creérselo, que viven en fuga perpetua.

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El estilo es el hombre y en el caso del pintor, sin duda. Se hace con las manos y estas son movidas por el cerebro. Al contrario que la caligrafía, que puede ser adiestramiento, el trazo del pintor es respuesta directa y asistemática a lo real. Es reductivo porque la realidad es inabarcable y por ello no se puede pintar a escala uno igual a uno. Un pintor es bueno cuando consigue ver de un modo convincente el mundo y llevarlo a su lienzo en pocos trazos para la forma y en cuatro tintas para el color.

Son decisiones tan rápidas que la parte consciente apenas interviene, de ahí que podamos distinguir sin duda, como huella digital, el trazo de un pintor y no confundirlo con el de otro. Ese es el estilo que interesa, el otro solo permite situar en el contexto histórico y es apriorístico. .

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Dicho lo anterior señalo que la edad, y la artrosis galopante, también intervienen.

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Quiero ir donde están los días felices de mi vida, a lo largo de toda ella. A los días azules pero no sólo de la infancia.

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Cierro con este poema del otro Machado, Manuel, citado por un amigo:

–Hijo, para descansar
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar…
–Madre, para descansar,
morir.