Canta lo sentimental

 

 

La democracia no asegura mediante el sufragio universal que gobiernen los mejores, es un mito. Otro.

El sufragio universal es justo en extensión pero iguala el voto del sabio con el del imbécil, el del hombre honrado con el del criminal, por lo que resulta injusto en los cimientos.

Quienes lideran los partidos no son los mejores de ese partido sino quienes mejor maniobraron para tener el poder, por tanto los más ambiciosos. Hay un grado de ambición lícito y estimulante, otro que es enfermedad e insania del alma. Los partidos son maquinarias para alcanzar el poder y mantenerlo, ciegas y sin escrúpulos. Están compuestos por personas cuya dedicación al partido es absoluta, no funcionan como una empresa sino como un cártel o secta. El político profesional no tiene más vida que la de su partido, hacer lo que su partido considera adecuado. Cabe pensar que los líderes no son los más capaces sino quienes más alejados están de la vida de las personas. Y eso resulta muy peligroso para los ciudadanos.

Una democracia es mejor que una dictadura porque se puede cambiar, hasta cierto punto, la cara visible del poder aunque éste permanezca intacto tras la nueva; porque las personas pueden viajar y atravesar fronteras y, en la teoría al menos, porque hay separación de poderes. No existe una censura establecida como institución porque no es necesaria: todos somos censores de nuestros conciudadanos. La peor censura es la extensa, la que no necesita institución porque está en todas partes, incluso en las leyes. Reírte de un tonto o un lisiado es una falta de caridad y de educación pero no debería ser un delito. El odio hacia el diferente puede ser dañino para quien lo padece pero, si no tiene consecuencias en la acción, no debería ser delito. Los sentimientos, como los pensamientos, no delinquen. Delinquen las acciones.

La democracia es la dictadura de los más sobre los menos, de los incapaces sobre los capaces, de los profesionales de la política sobre la sociedad toda. Impone la mediocridad como obligación. Para disfrazarse de igualitaria esteriliza todos los medios, desde el universitario al del trabajo, desde la investigación científica a las artes. Se apodera de la moral e instituye la que conviene a las mayorías ignaras, se mete en los dormitorios y hurga bajo las camas. No hay Gulag pero sí muerte civil.

Si una minoría conviene para obtener votos el sistema sobredimensiona su importancia y establece leyes y visibilidad para allegárselos. Cuando la mayoría no protesta ni se levanta, vulnera sus derechos. Favorece a los poderosos y a los improductivos pero extermina a las clases medias, que son el principal motor y reserva de que dispone un país, así como el mejor amortiguador de las tensiones sociales y el origen de la creatividad.

Concluyo: y sin embargo es el único sistema posible en el mundo actual, aunque harán bien las personas honradas si evitan la política y dedican su esfuerzo a tareas más felices.

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En el seno de la tradición esta la negativa tajante a la idea central del Arte Moderno: la pretensión de que cada caso es excepcional y ha de ser estudiado en consecuencia.

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Los que abandonan u olvidan la tradición no conquistan la libertad sino, en el mejor de los casos, la moda. Chesterton lo dice mucho mejor, cito de memoria.

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La razón de que las iniciativas para establecer un Día del Orgullo Heterosexual no prosperen y, seguramente, nunca lo hagan es que las personas de tal condición no sienten necesidad de hacerla saber a los demás, salvo algunos tabernarios y los ‘brunos’ (por el cómico). Se limitan a vivirla.

Buena parte de los homosexuales viven compulsivamente la comunicación. Seguramente una reacción ante el silencio en el que se alumbró su condición de tales.

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Todos los periodistas que han apoyado, o apoyan, a partidos políticos más o menos laxantes del conservadurismo hacen estos días exhibición de su apoyo decidido a los movimientos que llaman liberadores. Por si acaso.

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Oído en la calle Tiendas, al paso: –Alguien que no te conociera creería que vas pensando.

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Vivir en un pueblo bonito, lleno de monumentos, puede hacerte cometer el error de identificar bonito y culto. Pudo serlo en su momento pero no necesariamente en el presente, del mismo modo que el cabrero turcomano que vive en Grecia no puede confundirse con el constructor de la Acrópolis ni el árabe que habita Egipto con quienes levantaron las pirámides.

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¿Por qué arreamos estopa sin compasión a pintores mediocres como Renoir y salvamos siempre a Van Gogh? Por la biografía, por la vida santa, porque el Arte Moderno impuso que la biografía es más importante que la obra.

Y también porque, en los momentos lúcidos, tiene su punto.

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Intento acabar con dos pequeños dinosaurios negros que se han apoderado del patio. Como buenos intrusos, a gritos y chirridos, hacen la vida imposible a los jilgueros de cada primavera tanto como a los maravillosos cantores que son los estorninos negros.

Pongo el iPad en la ventana con media hora larga de canto de otro de esos monstruos charolados pero algo no cuadra. Me quedo con las ganas de mostrarles lo que vale un peine.

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A los14, esa edad en la que se dice –valiente tontería– que se forjan los sueños de lo que serás de mayor, me veía como un futuro ídolo del escenario disputando con los Stones por el primer puesto de los grupos ruidosos (los Beatles eran demasiado relamidos para mi gusto de entonces).

Dibujaba y pintaba pero no me parecía que fuera más que lo natural en mí pues lo venia haciendo desde niño.

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La hora azul de Corot, aquí llamada del lubricán, me pilla acostado. El cansancio, un agotamiento malsano en el que reconozco la enfermedad que viene. La ventana está abierta y, hasta hace un rato, podían oírse los pájaros y las campanas. Pero se ha echado la oscuridad y el pueblo ha enmudecido. Suena el ladrido de los perros, muy lejos. Los oídos retumban de tanto silencio.

Es la hora mortal, que me traslada a la enfermedad constante de mi infancia. ¿Se muere o vive el niño?

Y también a la soledad de mi juventud, recién llegado a Madrid, tumbado en la cama de una pensión en la calle del Barco, escaso de dinero, sin ánimo y sin conocer a nadie para echar el cuerpo a la calle y vivir la vida de los cafés.

Huir de la melancolía, escapar de su tenaza. Hacer lo que fuese para que no me pusiera los grilletes que dan contigo en el suelo. Un bar inmundo, una conversación estúpida, una chica sin futuro, anegarse en lo otro, ver pasar vidas ajenas, figurarse biografías detrás de un gesto, de una ropa.

Sentimientos, sentimentalismo.

 

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