Elevados principios

 

 

No resulta fácil estar a la altura de una mujer con principios elevados. Exige tanto, sin pedir nada, que la cabeza reclama tiempo de vez en cuando.

Es cuestión musical: algunas veces no queremos que las notas vayan al corazón y la cabeza sino a las tripas. Y para las tripas nada como la música racial, cuanto más salvaje mejor.

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Mi hijo F. trató a Taleb durante sus años de trabajo en Boston. Como es tan discreto y poco presuntuoso nunca lo había comentado hasta esta mañana mientras desayunábamos en el patio y ha salido a relucir El Cisne Negro.

Lo considera una persona muy brillante y con fina habilidad para divulgar el trabajo científico.

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La evolución no puede ser lineal sino catastrófica. La primera opción propone imposibles, la segunda encaja con la vida tal y como nos es dado conocerla. Watson tenía razón y, si hoy estamos aquí y somos la especie dominante, fue por el meteorito que aniquiló a aquellos monstruos que se alimentaban -también- de los pequeños mamíferos nocturnos que vivían bajo tierra y son nuestros antepasados.

En la vida personal sucede algo parecido: es lo imprevisible lo que nos permite adaptarnos o desaparecer.

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Cuando el adversario quiere sangre lo mejor es retirarse a distancia considerable.

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Despiertas agitado en mitad de la noche. Termina una pesadilla y la vida vuelve a abrirse antes de que aparezca la siguiente y llega la definitiva.

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He tenido la pretensión de ser un hombre libre, al menos desde que tengo recuerdos. No ha sido posible porque la vida, que también implica a los otros, no lo permite en la medida que me hubiera gustado.

Pero sí lo soy, lo más que puedo, como pintor. No acepto ataduras ni cánones y si defiendo la formación académica es porque permite disponer de más munición en la mochila.

Una de aquellas tardes de domingo pasadas en el estudio del maestro Z. oíamos una pieza de Cage. Terminada, el maestro pregunta en voz alta: –¿Qué hace este hombre cuando se siente alegre? Y seguidamente puso en el tocadiscos la obra que Bach compuso para la boda de su hija.

Pintar alegre, triste, suelto o amarrado, son decisiones que conciernen al pintor y no al mercado.

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Algunos pintores, y público, confunden timidez o cobardía con sensibilidad.

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El tiempo es un caballero -dijo alguien. O un hombre cansado de todo, quién sabe.

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Hablamos de que podía llevar mis cuadros como marchante, una posibilidad. Y comenzó a decirme cómo debería pintar para vender. Es el modo más directo de decirte que tu pintura no le gusta, aunque no se dé cuenta.

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Se aprende tanto de los buenos pintores como de los malos. De estos últimos tal vez un poco más.

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Tomamos partido viendo la espuma de las olas, sin tener idea de lo que habita bajo ellas.

Se racionaliza el instinto y se ignora la vida.

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El Shylock es más habitual de lo que pensamos: no quiere recuperar lo que Antonio le debe sino una libra de su carne, lo más cerca posible del corazón.

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No hay relación personal mala cuando tiempo y distancia se adueñan de ella. Del mismo modo que unos abates franceses del XVIII escribieron libros pecaminosos para esclarecer la idea de virtud en sus pupilos, todo termina sirviendo y sanando.

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La cobardía es, para mí, el peor fallo de la personalidad. Y tal vez uno de los pecados mayores.

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Los hechos no pueden ser narrados, la realidad no puede ser pintada. Decir otra cosa es un recurso para entenderse, al tiempo que retórica. Tal vez quienes piensan lo contrario no entendieron el fondo de ‘El sol del membrillo’, la película de Erice sobre Antonio López.

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De lo anterior no debe inferirse que se trata de no contarlos o no pintarla. Pero hay que saber que siempre es un apaño.

 

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