Taras y defectos

 

 

Qué horror descubrir a estas alturas que los grandes hombres tienen defectos y taras iguales que los seres corrientes. Un gran pintor dándole un cachete a un niño impertinente hace cuarenta años.

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No es cierto, como afirma Hegel, que la naturaleza del hombre sea la libertad. Si tal fuera no hubiese formado grupos de autodefensa desde el principio.

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La diferencia más evidente entre la idea que tiene el pintor de su trabajo y la del comprador es que, para el primero, importa lo relativo a las ideas y el espíritu mientras que para el segundo es un objeto que sirve para decorar paredes.

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Qué poco me gustan las personas símbolo. Suelen ser marionetas conducidas por manos que no vemos pero percibimos por lo mecánico de sus movimientos y palabras.

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La cultura sin mitómanos es poca cosa.

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No he conocido a ningún pintor decente que, tras acabar la obra, no pensara que podría haberlo hecho mejor. Tal vez Picasso, no lo sé, estuviera convencido de la importancia de su trabajo.

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Comentaba un amigo cómo se pierden las naciones cuando comienzan a creer que su música popular es la mejor. Fue duro callar que cualquier grupo británico de pub era mejor por muchos cuerpos que los nuestros de la Movida. Ver gente infumable, aficionados malos, pasando por grandes figuras. Pero es lo que había y los medios necesitaban a alguien. Como Warhol: es lo que hay.

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No es lo mismo ‘francés canadiense’ que ‘canadiense francés’. Funciona tan mal la propaganda oficial y tan bien la separatista que otra vez he tenido que explicar a un colega norteamericano que jamás existió un reino catalán.

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Me gustaría pero es imposible: no puedo conseguir modelos para el estudio. Es hacer de jarrón, pero ni eso.

Las modelos profesionales carecen de interés, con el oficio consiguen enmascarar la persona y resultan más distantes que un Windsor.

¿Qué interés tiene un retrato, vestido o desnudo, si no hay persona?

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Mi padre tenía una palabra definitiva para terminar con una persona que no le gustaba. La entonaba algo bíblicamente y los presentes entendían que no había más que añadir.

La palabra era sencilla: ‘podrida’, esa persona está podrida –decía– y nunca más volvía a nombrarla.

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Anoche tuve un sueño en el que Z. tenía un gran papel. Venía a visitarnos y disfrutaba saltando tapias y trepando a los árboles. Aparecía muy sano y vivaz, lleno de energía y risueño. Después tuve un despertar cansino y un día sin ganas.

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Nunca me había ocurrido antes: un amigo trae a un supuesto comprador de arte, subimos al estudio y charlamos tres horas. De todo menos de los cuadros en las paredes, contra las paredes y amontonados. Ni una sola palabra acerca de ellos, ni aprecio ni desprecio. Tampoco parecía sentir curiosidad ni le brillaba en los ojos esa chispilla que tienen los amantes del arte en el estudio del pintor.

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Si es cierto que una de las manías de la vejez, que ahora llaman tercera –y última– edad, es desinteresarse poco a poco, o de golpe, de lo que sucede alrededor, voy derecho al barranco.

Comencé por sentirme ajeno al arte de actualidad, a la literatura de mis contemporáneos salvo pocos, y estoy en que sólo me interesa de verdad lo que sucede tras la puerta de mi estudio.

El campo, tan solitario en Extremadura de suyo, las personas y animales que hacen su vida alrededor, y estas afinidades electivas que van surgiendo en el portátil, cómodas porque puedo oler sus problemas sin participar de ellos.

Un poco de dinero para comprar pintura, tabaco de liar y echar gasolina al coche. Para comer, que haya un poco de chocolate, por levantar el ánimo, y música mientras trabajo.

Otros asuntos, incluso los que me apasionaron años atrás, los veo imposibles y pérdida de tiempo.

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Con la globalización entramos en una nueva forma de comunismo aunque de fronteras abiertas: clase media empobrecida, trabajadores mal pagados y el dinero –del que depende el poder político– en muy pocas manos. Mete miedo.

 

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