Más gansos que cisnes

 

 

El hombre, cuando cree que se va a extinguir, se disfraza de franciscano. Vean las películas de ciencia-ficción.

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Habitualmente mi cabeza va por delante del resto salvo en el acto de pintar en el que, de algún modo, mano y mente se funden. Cuando paro y me distancio manda el juicio razonable, la mente consciente, muy crítica pero incapaz de hacer.

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No pinto para nadie que no pueda entender lo que pinto.

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Pinto con libertad porque nada debo a nadie como pintor salvo a quienes me ayudaron, mis maestros. Un pintor sólo es libre cuando puede hablar con los fantasmas y no por ello ha perdido la cabeza.

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Está el cielo cubierto, denso aunque luminoso. El cerro de Santa Cruz anda agazapado allá lejos y de un azul en fino gris. Al otro lado, tras la mole festoneada por pináculos de San Francisco, el sol entra por el canto de las nubes, dándoles forma y acentos. En un instante cae una lluvia fina que esparce brillos de sol por los bordes de los tejados, enjoyando el paisaje.

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Cuando se necesita apilar argumentos, tanto el resultado como su origen suelen ser escarabilla.

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Más gansos que cisnes, más necios que sabios. El Paso del Noroeste, Expedición Franklin.

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Parafraseando a Lichtenberg. El hombre ama la compañía, aunque sea la de un gato.

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Formas de arte distintas nos hablan de diferente modo. Unas nos llaman de lejos, otras susurran. Las mejores se infiltran y no pueden olvidarse.

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Una de las diferencias visualmente inmediatas entre el realismo moderno y el tradicional es que el primero utiliza una escala mucho más corta en términos de claroscuro. Si Rembrandt usa todas las octavas del teclado, un moderno se conforma con dos y pintores hay que han alcanzado la fama con do, re, mi y a correr que se hace tarde.

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Las personas con talento suelen envidiar talentos mayores pero no la fama. A causa de ese orgullo que les hace tan antipáticos a los ojos del común.

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La memoria, en esta edad, parece complacerse en jugar al escondite.

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En general no se debe envidiar a los contemporáneos sino a los muertos. No hay que cargar con la biografía, tantas veces penosa.

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–¡Qué orinario! –quería decir ordinario pero sonaba a urinario de diseño. Era así de fina.

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El flamenco estuvo a punto de desaparecer y ahora lo quieren hasta en Pamplona, ciudad tirando a recia. Pero es muy corto y no se puede salir del camino salvo a puñaladas triperas.

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–¿Cómo te atreves? Tú no eres Cervantes. –Ni tú Velázquez. –Pero sí Beruete o Regoyos, y tú ni Ernestina de Champourcín.

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Todos estamos a prueba aunque la mayoría somos defectuosos. Lo intentamos.

 

 

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