Al pie del Gólgota

 

 

A esta edad me aburro mucho de mí mismo pero sigo siendo el tema.

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Hasta hace poco tiempo los antropólogos cifraban el despertar de la conciencia humana en el culto a los muertos. Hoy, que observamos mejor a los animales, sabemos que una familia de elefantes se desvía kilómetros de su camino para rendir tributo a uno de los suyos, que murió y cuyos despojos tienen bien localizados. Se reúnen en torno, palpan (o acarician) los restos con sus trompas y unen sus cabezas como si mantuviesen un pensamiento común (¿rezan?). Si no es un rito funerario, si no es culto a los muertos, se le parece.

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La pintura sudada aburre y cansa tanto como la de esgrima.

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La primera obligación del pintor es tomarse la pintura en serio y a sí mismo en broma.

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La vida de la gata entre mi estudio y los tejados me da cierta compañía, al precio de un puñado de pienso y un poco de agua fresca.

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Somos incapaces de proyectar nuestro futuro salvo como prolongación del presente. Podría ser el origen de las ilusiones perdidas.

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Los salvajes pueden confundir la belleza con lo monstruoso o anómalo. Las personas razonablemente estructuradas, incluso las más feas, tenemos una idea bastante clara sobre ella y la reconocemos de inmediato.

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La compasión sin esfuerzo es limosna.

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No siempre se puede terminar con la cabeza alta. Ni con las cosas ni con las personas. Demasiadas variables incontroladas.

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A las personas nos gusta que nos cuenten historias, seguramente desde el principio del habla. Por mucho que Platón despreciase el mito a favor del logos, la narración ha sido el vehículo para la transmisión de conocimientos entre generaciones. Poco importa si el cazador experto metía alguna ornamentación para hacerla más expresiva.

Ceñirse a los hechos de modo que seamos siervos de los mismos, un mero instrumento que transcribe ciegamente lo ocurrido, no está a nuestro alcance. Toda escritura es, por sí misma, por su naturaleza, una ficción.

Joyce lo intentó con su ‘Ulises’ y, pese a lo ciclópeo del intento, es una ficción enrevesada, que requiere esfuerzo para no perder la concentración. Y se trata de un gran escritor, con partes que –como en un cuadranco de Historia– resultan magníficas aunque el conjunto sea intragable.

Dar por supuesto que lo que llamamos realidad es real, y está ahí para observarla como el comportamiento de un animalito, es ingenuo. No sabemos qué es la realidad, ni siquiera de qué está formada. Podemos hacer sobre ella estimaciones, aproximaciones, pero no se deja colocar en la mesa del forense.

La flor en el vaso de agua, tan sencilla, cambia cada vez que la miramos y se siente observada. Cada persona que la mira puede concluir que el fantasma, la imagen, que se lleva es la real pero estamos condenados, como arqueros ciegos, a no acertar jamás en el corazón de la cosa.

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La democracia ilimitada supone el final de las artes. El derecho del niño a cantar en el coro (como el de sus padres a que se les caiga la baba) no incluye cantar bien. Por definición, un coro democrático no puede cantar afinado ni a compás.

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Inmensamente de acuerdo con el inmenso ¡No! de Malkovich en The New Pope.

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La belleza está en las cosas pero nuestra mirada la hace abrirse y sentirse cómoda.

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Vendrán mejores tiempos aunque estaremos muertos e insensibles a la novedad.

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Lo más opuesto a la naturaleza no es una ciudad sino un salón burgués en el que suena un piano.

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Cuanto más habla una persona menos interés tiene lo que dice.

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Con qué melancolía mira la gata apagarse el día sobre los tejados. Cuando termina de irse la luz ella misma se funde en la sombra.

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Los caracteres impulsivos son, además, grandes calculadores .

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Qué bien debe sentirse uno cuando la mayor parte de su vida la ha pasado enseñando tonterías y obviedades en una facultad de tercera, le encanta el Arte Moderno y está en el pabellón de mando de un chiringuito de lo mismo.

La superioridad en los ojos, ceja algo elevada, el aire general de suficiencia y un acento de desdén en la comisura izquierda de la boca me hacen pensar que, de figurar en un cuadro de asunto, siempre estaría entre los malos, uno más de los que murmullan entre luz y sombra, al pie del Gólgota.

 

 

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