El leopardo harto juega con la gacela mientras vuelve el hambre.
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Ocho o diez horas cada día en el estudio, el resto en casa, y acabas teniendo alma de mueble.
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Los pentimenti de los grandes pintores son sus dudas. Para otros de menor talento la pata del caballo sería inamovible. El gran pintor la mueve y sigue dudando.
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Saber y dudar son sinónimos.
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Desaparecer a tiempo indica elegancia de espíritu.
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La vejez es hacerse preguntas que no puedes responder.
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“Yo también fui idealista a tu edad”, –me daba cierta repugnancia moral. Ahora soy yo el que asoma desde las sombras que me disuelven.
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En la retratística pictórica nadie sonríe. Tampoco Monna Lisa, pese a la apariencia, y además no es nadie, aparte de un ente vagaroso entre dos mundos.
No lo hacen porque es cosa de borrachos y canalla, de los sayones que vejan y se burlan de Cristo.
Rembrandt sonríe en unos autorretratos. De joven porque gana mucho dinero pintando, hijo de molinero, y tiene a la bella Saskia sentada en las rodillas. De viejo, seguramente después de pasar la tarde con Spinoza, porque nos avisa.
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Arriba, Rembrandt como Zeuxis –retador y perdedor– tratando de hacer emblema del Amor a la misma muerte.
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