Muñeca rota

 

 

Me rompí la muñeca izquierda a las cinco y media de la tarde de un día de Agosto, en Nantes. Fui atendido por unos sanitarios y antes de las seis de la tarde estaba en urgencias del hospital principal de la ciudad. A las diez de la noche me dijeron que el cirujano especialista tenía el día libre y no me podría operar hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Me enviaron al hotel sin darme ningún calmante. Pasé la noche dando vueltas por la habitación, sujetándome la muñeca con la otra mano.

A las 7 del siguiente día estaba de nuevo en urgencias pero no me intervinieron hasta las dos y media de la tarde. La operación fue bien y pasé tres días hospitalizado. Me dieron el alta y me enviaron hacia casa (un viaje de dos días) con una receta. Cuando fui a la farmacia el contenido de la misma era paracetamol.

En el tiempo que estuve hospitalizado puse un par de veces la televisión francesa para enterarme de lo que pasaba en el mundo. A la vuelta en España me enviaron una factura con el gasto correspondiente a esos dos ratos de televisión, que tuve que pagar.

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Lo anterior viene a cuento del llamado estado del bienestar, del que tanto se habla en este tiempo de tribulaciones. Conozco cómo es la medicina pública en España, así como la privada. De la segunda poco tengo que decir salvo que es de una eficacia en la gestión que sorprende. Recientemente operado, he podido probar los dos extremos al tener que hacerme las curas de la operación que me hicieron en Navarra en el ambulatorio de la localidad. En el primero de los centros se trabaja con todos los medios y el personal es de una gran eficiencia personal y profesional. Transmiten seguridad y bienestar al enfermo. En el ambulatorio del pueblo hay unas personas cualificadas que, con medios limitados, dan lo mejor de sí para atender cada día -un día tras otro- a docenas de pacientes.

Por supuesto que, hasta ahora, puedo pagarme un seguro que me cubra las intervenciones quirúrgicas en la medicina privada. Es un privilegio y eso me obliga a ser discreto. La sanidad pública es el bien más preciado que tiene un país y por él, por su funcionamiento, se puede medir hasta cierto punto el grado de respeto que los ciudadanos merecen al sistema. Como se dice, y es bien cierto, la salud no se aprecia hasta que se pierde.

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La educación, la enseñanza, es el mejor arma que tiene una sociedad para asegurar el futuro de la especie. Siempre ha sido así, desde que andábamos subidos en los árboles acechando las llanuras. Sin transmisión de los saberes no hay más que barbarie.

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Resulta, por ello, indignante que puestos a hacer recortes los políticos, los hagan por donde más daño causan. No descargan la estructura del Estado del enorme peso que tiene sobre el conjunto, con poblaciones de cuatrocientos habitantes y cinco personas trabajando en el ayuntamiento. Por ahí no recortan o lo hacen simbólicamente, como ese ridículo cuatro por ciento que se han retirado del sueldo, incluyendo al monarca lloroso por la infelicidad de los españoles. Y es que los partidos políticos, por su propia naturaleza, son cortoplacistas y se deben a su red clientelar. Dicho de otra manera y aunque no conozco mejor fórmula: los partidos trabajan, en primer lugar, por sus intereses de partido y secundariamente por el bien común. Nada queda de las ilusiones del comienzo, cuando salimos de la dictadura. Los partidos políticos se han hecho adultos -y puede que ancianos- y ya son incapaces de transmitirnos nada que esté un poco más allá de sus narices.