De Polonia a Atocha (2)

Poznan debió tener un momento interesante durante la crisis del comunismo. Desde entonces han ido tapando agujeros, remendando casas, abrillantando fachadas y, siempre, dejando en los patios traseros, zaguanes, portales y escaleras la huella viva de lo que fue. Es, como parece ser lo que conozco de Polonia, ciudad alegre y leve. Recibe poco turismo y, aunque dispone de buenos hoteles, están más bien ocupados por los propios polacos y algún hombre de negocios.

Impresionan los desayunos del lugar en que me alojo, viandas capaces de cerrar un estómago más fuerte que el mío. Grasa e hidratos y nada de fruta, aparte de una macedonia pringosa embebida en los propios jugos de las latas de las que salieron esas frutas enfermas.

El pan, la variedad de tipos, es espléndido. Hay de todas clases, desde la masa glutinosa y casi cruda al más fino de los vienas. Por desgracia el aceite de oliva, muy escaso, viene siempre acompañado de tal cantidad de ajos, picados o enteros, en la botella correspondiente que es preferible no tomarlo pues, estoy convencido, tan intensa mezcla podría ser venenosa.

A Poznan le están pintando todas las fachadas. Son edificios de un ladrillo macizo grande y basto, revestidos de mortero, y con pintura por encima. El interior de las iglesias, en lugar de nuestros austeros interiores de piedra desnuda, está muy cerca del barroco alemán (poco más de 200 kilómetros a Berlín) y es una falla policromada y estucada, con predominancia del oro falso. Los habitantes están muy contentos pero, segura deformación profesional, me hubiese gustado ver esta plaza con los edificios menos pimpantes, algo más en su ser, con los colores que aún se perciben, agrisados y algo tristes.

Es una ciudad muy juvenil, con una población de más de cien mil estudiantes que, hay que decirlo, se notan mucho. Si fuera joven lo hubiese pasado muy bien aquí. Las mujeres son muy bellas, ellos bastante menos, y sonríen con facilidad. Les gusta lo mismo que a los chicos de por aquí salvo que no veo muestras de incivismo urbano cuando pateo la ciudad a fondo y la droga parece causar menos estragos, por no hablar de la inexistencia de coches tuneados con su correspondiente zumba-zumba. Entré en el Lizard King, una disco con actuaciones en vivo, y estuve un rato escuchando a un grupo de nombre complicado, buenos imitadores de AC/DC. Al solista no le faltaban ni la Gibson SG ni las calzonas cortas de Angus Young. El cantante era calvete, melena trasera y gorra como manda el estándar. Una deferencia hacia el público es que ninguno presentaba barriga, todos estaban en un ámbito de peso corporal adecuado para dar saltos en el escenario.

El público era lamentable. Gente que, como yo, debieron ser jóvenes hace demasiado tiempo como para poder comentarlo. Me da, por los guiños cómplices entre grupo y público, las edades y atuendos -camisetas sucias, grasa y pelos lacios- y el modo de soplar alcohol que la mayor parte de los presentes fueron los de «el rock contra el comunismo». He aquí en lo que solemos terminar cuando nos convertimos en personas responsables. Ellas tampoco mejoran el cuadro.

Hay otra noche de Poznan, mucho más tranquila, de juventud que va a cenar a los sushis y frecuenta los conciertos de música clásica. Estudiantes que trabajan en las terrazas de verano para sacar algunos zlotys para el crudo invierno (-20-25º). Algunos hablan un español correctísimo, hay una cátedra de Filología Hispánica en la universidad. Una chica que me servía el café estudiaba español y árabe simultáneamente, ella sabrá por qué. Todos los jóvenes hablan inglés, y buena parte de los que no son jóvenes.