Lo evidente

Se barruntaban los malos tiempos y ya están aquí, hasta arriba. Malos para la vida, para reconstruir o para derribar. A partir de ahora todo está en manos del Destino.

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Los de mi generación a Lenin lo llamábamos Lénin. Los que habían hecho la guerra lo llamaban Lenín.

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Con los años se tiene más frío, un frío que se te mete dentro y no hay forma de sacarte ni acostado ni metido en el brasero. No se me ocurre mayor tristeza que una vejez con un frío que parece irremediable.

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Leo con verdadero gusto los cuentos de Robert Graves, algunos incomprensibles, no por lo que cuentan sino porque alguien los haya escrito. Tenía mucho fuste el experto en historia y mitos y algo se le cuela en estos cuentos, aunque no haga mención expresa de tirios y troyanos.

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He acabado harto de la dentadura de Martin Amis, quiero decir, de su preocupación literaria por sus dientes podridos en «Experiencia». El colmo fue cuando, para consolarse, comenzó a nombrar la lista de escritores que también tienen o tuvieron problemas con sus dientes, entre otros Nabokov. No encuentro al mismo Amis que ha escrito libros tan geniales como «Dinero» o «Campos de Londres».

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Tal vez el mayor obstáculo de un artista para eso que se llama triunfar (que consiste en ser famoso y en ingresar dinero por su trabajo) sea el ser elusivo, en otras palabras, no ser obvio. Da igual la clase de arte que se practique: todo debe estar muy claro y bien masticado, resultar evidente y que el espectador -y también el crítico- puedan decirse: «qué listo soy, éste tipo piensa exactamente como yo».