Talidomida

Siempre ganaba ella, en todos los desafíos. Han pasado 43 años y sigo preguntándome por las razones de tanta victoria, en la riqueza y en la adversidad. Por qué me brinca el corazón y una sonrisa contenida asoma a mis ojos cuando veo que pelea por este trozo de carne bautizada.

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Ha tenido escollos muy duros que superar, particularmente dos. El último fue un delirio -ah, mi personalidad delirante a veces- que me embarcó en una travesía a Samarkanda y aún más lejos. A mí, con el malestar que siento cuando como cordero.

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Mezzo es un estupendo programa de la televisión francesa que veo en mi pueblo gracias a una antena parabólica. Lo pongo bastante, especialmente en las tardes soñadoras en que me quedo en casa leyendo, suavemente mecido por la música, el calor dulce del brasero y una luz en el exterior de claras promesas rosadas a las que no cederé.

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Había oído cantar a Thomas Quasthoff por la radio pero no conocía su físico. Verle es algo parecido a que el Niño de Vallecas se echase a cantar, salvo que Quasthoff es aún más monstruoso por culpa de la talidomida. Se podría decir que el medicamento maldito sólo ha respetado su cabeza y torso, haciendo lo demás inútil. Por suerte le bastan torso y cabeza para tener esa voz maravillosa, cálida y fuertemente expresiva que hace de él un espíritu puro, ajeno a las pasiones del cuerpo, al menos en el escenario.
Daba un recital de lieder de Schumann y Brahms, acompañado por una formidable pianista -Hélène Grimaud- que es además el contrapunto perfecto dada su gran belleza. Oírle cantar los versos del Dichterliebe me hacía pensar si Schumann no escribió esas piezas para él. El público no respiraba, yo tampoco, pendientes todos de lo que salía de aquella cabeza parlante. Su grado de concentración es tan intenso y su técnica tan exquisita que ambas cosas desaparecen para dejar que sea Schumann quien golpee el corazón.

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Diane Arbus dejó dicho que admiraba mucho a los monstruos porque eran auténticos príncipes de la vida, agarrados a ella -haciéndola- a pesar de todas las dificultades. En tal sentido, Quasthoff es un rey; un rey superior a los de la sangre pues lo es del espíritu. Y, como nadie está libre del tópico, es inevitable pensar -cerrando esta entrada-  cuánto hubiésemos perdido si alguna mano criminal hubiera decidido arrancar de raíz una vida tan preciosa.

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