Imprecisiones

 

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Dichoso siglo XIX, todavía en estudio. Un siglo que produjo en el arte obras de mucho valor, otras muy honestas y una cantidad ingente de cursilería al gusto de la época, muy bien dibujada, pintada o esculpida. Ejemplo fehaciente de que el oficio es imprescindible pero él solo no garantiza la calidad de la obra.

En qué país no hubo en aquel tiempo un puñado de excelentes pintores. Da igual hablar de la escuela rusa que de los macchiaoli italianos. El impresionismo normativo (porque pintura plein air ya había) oscureció la vista de todo cuanto no pasara o terminara en él. Un banderín de enganche al que se apuntaron artistas de probada mediocridad e insuficiencia plástica que, no obstante, terminaron en la fama y la gloria.

Hay que ver la pintura de Pisarro tras mirar los paisajes pintados en Barbizon por Daubigny, Corot o Díaz de la Peña; en España por Haes o Sánchez Perrier; en Rusia por Shiskin o Levitan y en Italia -para no extenderme más- por un Fattori.

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En la Escuela de Bellas Artes de París se conserva un dibujo académico de Henri Matisse. No es gran cosa y cualquiera de sus compañeros de aula le daba sopas con honda. La diferencia estaba en el futuro donde se vería claramente que Matisse era mucho mejor vendedor que el resto.

Y eso me hace pensar en el pintor Barceló y en lo que me contó hace muchos años un profesor suyo: «No vale gran cosa pero es endiabladamente bueno vendiendo la burra».

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La mayoría de los españoles llevamos un teólogo dentro y me incluyo. Cuando entrevistan a un artista compatriota habla y termina remontándose a cuestiones tan sutiles y delicadas que Küng o Ratzinger las firmarían sin titubear. Los norteamericanos hablan poco de cuestiones trascendentes y suelen mostrarse pintando, haciendo. Es una actitud más humilde ante el arte y, estoy seguro, mucho más productiva.

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No se puede decir que existan dibujos de Velázquez. Al menos los que he visto hasta ahora ni siquiera tengo claro que sean de su mano. ¿Dónde están los estudios del natural, los bocetos de composición y claroscuro, los cartones (así se llamaban) cuyos diseños pasarían al cuadro? No existen y no es plausible que los destruyera todos. Al menos hubieran quedado los que se encontraran en el taller tras su muerte.

La hipótesis más bonita es que Velázquez supo muy pronto que el dibujo no existe, que es una mera abstracción pues los seres y las cosas carecen de límites, que son la materia prima del dibujo. La física moderna nos ha enseñado que no existen los límites y todo es más nada que algo (aunque ya los presocráticos sabían del vacío que se asocia estrechamente con la materia).

Cuando Velázquez es caravaggiesco marca límites a seres y cosas con un bisturí muy afilado, separándolos del espacio y convirtiéndolos en rocas. Son los venecianos de la colección real quienes le hacen dudar, primero, y Rubens quien remata la faena. En cuadros como Los Borrachos o La Fragua de Vulcano define por la zona iluminada pero va difuminando la entrega de la forma en la sombra. Con el tiempo los límites serán fluctuantes, desperfilados y vagos. Confía en la capacidad del ojo humano para que, dándole algunas indicaciones, complete el proceso. Técnicamente ha desarrollado con los años un golpe de vista tan certero que no necesita medir ni aplomar, le bastan unas rayas que indican posición en el espacio. Cuando los cuadros quedan inacabados (porque se cansa de ellos o porque no cumplen su alta exigencia, vaya usted a saber) esas rayas hechas con pincel y pintura negra quedan visibles, mostrando todo el desdén que sentía por el dibujo si éste va separado de la percepción de lo indefinido. Se cumple así una paradoja que resulta ser brutal: el más grande dibujante que han visto los tiempos llega a no dibujar, como el arquero zen del cuento que no necesita la flecha ni el arco para abatir la presa.

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Negando a Gombrich: no importan los artistas sino el arte. Esto, que parece un nonsense, expresa muy claramente la negativa al personalismo de estirpe romántica, factor crucial en el desarrollo del arte moderno.

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Lo dice muy bien y lo suscribo: El paraíso del loco puede ser un infierno para el cuerdo (utiliza la palabra sabio pero relajemos un poco la tensión).