En el juego de la baraja

 

Naranja

 

Algún conocido me dice que de dónde he sacado tanto dato acerca del atentado contra Carrero Blanco, del que escribí en la entrada anterior. Es muy sencillo: la bibliografía es abundante, tanto la que podríamos llamar a favor como su opuesta. No es necesario leérsela toda aunque a estas alturas de mi edad prefiero distraer el ocio y el desvelo con lecturas que tengan que ver con el mundo real y no con la fantasía. Supongo que es sólo un signo más de la vejez que llega galopando.

Me falta por leer el libro de Anna Grau, por cuya cabeza siento mucho respeto. Quiero ver cómo ensarta la cadena de acontecimientos en ese cubo de basura que llamamos azar. El personaje de una entretenida serie de espías dice a otro que si no cree en Dios cómo va a creer en el azar. Yo soy creyente pero estoy convencido de que el Creador sólo nos permite disfrutar del azar en muy contadas ocasiones. Como dijo el autor del principio de incertidumbre, el primer sorbo de la copa de la ciencia vuelve ateo pero en el fondo de la misma te espera Dios.

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Otra persona muy inteligente, JAB, opina que la ficción necesita de datos verdaderos para ser creíble. Es muy agudo el aserto y demuestra que mi amigo hila fino porque su afirmación suele cumplirse. Como en el juego de la baraja, no sabemos al mezclar las cartas dónde quedarán los triunfos: será su orden de aparición lo que determine el que ganemos o perdamos. Si consideramos que la partida es un relato se puede pensar que, al ganar, la suerte nos ha favorecido aunque con una mirada más atenta y los instrumentos adecuados podría verse que el golpe de dados abole el azar, como reza una conocida frase.

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El mercado del arte moderno norteamericano anda muy soliviantado porque, día sí y día también, se van descubriendo falsificaciones hechas en China de obras muy caras. Los autores han ido de la lámina cubierta con pinceladas de transparente látex a la imitación convincente del estilo de alguno de esos pintores actuales muy cotizados pero fáciles de imitar. Un amigo tuve que cada vez que necesitaba dinero fresco se hacía un Tàpies, al que tenía tan bien cogidos los tics y era tan fácil que no supe distinguir los falsos de otros salidos de la mano del artista catalán hasta que el amigo se apiadó de mi inocencia.

Algo parecido sucedió con la obra de Manolo Millares, aunque en este caso sí se localizó al falsificador y, como no podía ser menos, era uno de sus ayudantes en materia gráfica. Judas siempre anda muy cerca; por suerte para viuda y heredera, tan cerca que fue sencillo localizarlo.

Pero volviendo a los falsificadores chinos, pueden hundir el tinglado pues éste sólo descansa sobre la palabra de unos cuantos inversores y críticos pagados: la única cuestión que hace valiosas esas obras es el pelotudo «porque lo digo yo». El problema está montado cuando mucha gente de medio pelo que quiere aparentar cuelga en sus casas lo que resulta indistinguible del cuadro, concedámoslo, «original». Menudo lío.

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Mi vecino C. apenas sale de casa y cuando lo hace es a horas más propias de los murciélagos que de las personas. Está tan blanco de vivir a oscuras y los ojos se le han puesto tan saltones que ya mete miedo a quien no lo conozca. Su puerta permanece cerrada días y días. Tiempo atrás abrió una gatera en la misma para que su perrita, despigmentada como él, pudiera salir a ensuciar callejón y plazuela sin ayuda. Uno de estos días tendremos algún disgusto  pues estas alteraciones de la conducta, que pueden conducir a resultados fatales, raramente son tratadas a tiempo.

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El hereje le dice al martillo: Hoy me siento desmotivado y no reaccionaré a los golpes; mis convicciones andan tan por los suelos que puedo cambiarlas a poco que te lo propongas.

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El dibujo es una cadena lógica y, como tal, se puede hacer objetivamente; de ahí la llamada academia. Podría decirse que lo mismo pasa con el color pero aquí son muchas las variables y todo lo que podemos decir es: un poco más frío, un poco más cálido, más claro o más oscuro. Si nos empeñáramos en que la cadena de acontecimientos fuese objetiva con relación al mundo visible jamás podríamos concluir la obra.

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El Papa Francisco celebra su cumpleaños comiendo con unos indigentes. Poco ha tardado el lobby anticatólico en acusarlo de demagogo. También les hubiera servido lo contrario, de haber comido con cardenales y obispos.

¿Hay demagogia en el hecho? Con toda seguridad si lo juzgamos desde un punto de vista meramente político. Pero se olvida lo primordial: que por encima del hecho en sí está la señal recibida pues cualquier gesto del Papa es relevante para la comunidad de creyentes. Y desde tal lugar no resulta indiferente con quién celebra su fiesta.