Amor al monstruo

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Miguelito ronda todas las noches por las terrazas de la plaza. Llega del campo desastrado y sucio. Cuando el tiempo está calmo él también anda tranquilo y pide limosna a los turistas sin asustarlos. No necesita el dinero ni creo que se lo gaste pero sigue pidiendo tarde tras tarde.

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Es interesante cómo reacciona la gente ante la belleza natural. Hoy el cielo, desde la plaza, se ha pintado con nubes de colores muy bonitos. Los turistas han sacado cámaras, móviles y tabletas para no dejar que se escape el momento.

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El pueblo marinero donde pasé la primera infancia. Las casas avejentadas por el salitre y frente a una placeta, casi en el campo, una columna con una escultura del diablo. Versión popular del Ángel Caído del Retiro. Al fondo el mar, gris verdoso oscuro, inquieto. Mamá, muy joven, me pide que le acerque unos huevos de la alacena pero uno se rompe. Sentimientos muy tristes.

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El peor enemigo de la verdad es el radicalismo. Para destruir por completo una idea no hay nada tan eficaz como radicalizarla.

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Cuando un líder comunista se acercó a la gente del llamado 15-M fue evidente que estaba viendo todo aquello que gusta a los de su ideología: gente rebotada y sin organización. Muy fácil para ellos, maestros en el arte de infiltrar movimientos sociales, espontáneos o no. Tiempo más tarde se puede ver que la estrategia da fruto. Por el momento los dirigentes del nuevo partido del que tanto se habla son comunistas sin rebozo aunque –para contentar a los ingenuos– se declaran asamblearios y contrarios a establecer alianzas con la versión dulce del PCE. No puede negarse que la idea es buena y si la izquierda centrista no espabila le van a dar una buena tarascada antes de asomar la patita y cantar La Internacional todos juntos.

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Hace tal vez 15 años que no doraba pero son cosas que no se olvidan. Estoy poniendo marcos a las pinturas de este último período. El carpintero me trajo las molduras y dijo que cuando yo acabase con ellas parecerían (sic) del siglo XVI o más

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El trabajo físico es una vacuna y hacerlo en la terraza, con la ciudad antigua a la vista y enfrente los cerros de Pedro Gómez y Santa Cruz, lo convierte en un placer. Como la primavera está siendo suave puedo trabajar todo el día serrando ingletes, lijando, encolando y tratando las maderas. Pero el pan de oro hay que trabajarlo dentro pues hasta un suspiro algo más fuerte de lo deseable lo hace volar.

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Papá se ha comprado uno de esos carricoches eléctricos que circulan por las aceras. Ya no puede caminar ni montar en moto pero le sigue gustando darse una vuelta con su pequeño perro y hacer las compras. Días atrás pensaba que me gustaría mucho hablar a solas con él de algunos temas de los que nunca hemos hablado pero sería muy extraño que, a sus ochenta y muchos años, se lo planteara. Hemos tenido toda la vida para hacerlo pero nunca surgió la necesidad y ahora no surge el momento.

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La perversión es de este mundo. Leo la biografía de un tipo sin importancia que proveyó sexo a las grandes estrellas del cine clásico. Entristece saber las manías de un Cole Porter, tan deleznables, y me hace pensar en la idea que tenían los gitanos sobre los artistas como seres especiales, diferentes y hasta monstruosos en lo moral. Idea no muy diferente a la de las sociedades chamánicas. Una tarde coincidí en una cafetería madrileña con la bailaora Manuela Carrasco cuando estaba en su apogeo. La rodeaba un cinturón de gitanos que no la dejaron sola ni el rato que fue al servicio. El amor al monstruo.