Vivir en un suspiro

 

22 años-Puente de Triana.Sevilla

 

Al bajar la marea la fina arena, trabajosa de andar, fue sustituida por un conglomerado de piedrecillas pulidas y conchas entre grises y ambarinas. Los portugueses son tan dados al mar que, en sólo unas horas, han invadido el pequeño pueblo que ayer estaba tranquilo y sin un alma por la calle. Apegados a la costa y recelosos de la frontera, los pueblos se van distanciando a medida que te acercas a España.

Esta playa es un hermoso lugar para estudiar las olas, el colorido cambiante del agua a medida que avanza el día, el claroscuro potente de las rocas y los matices del cielo en su encuentro con el mar. En el ocaso el sol se parte, primero en dos franjas y después en tres, como un balón suspendido que botase un poco. Es un truco que nos ofrece como regalo de despedida: la mitad ya está tras el horizonte pero el reflejo engaña y permite creer que el círculo sigue sin ocultarse aunque con el color cambiado, más bermellón y, al tiempo, más oscuro. La traca final ofrece tres colores: el rojo que ha virado un poco al violeta y un naranja encendido, con chispazos de retablo recién dorado.

Hay un hotel muy confortable y el pueblo de pescadores debe estar lleno de casas por alquilar. Te hace pensar en los pintores de Barbizon, cambiando el bosque por el mar, pero quién no prefiere, para tan pocos días, que te hagan la cama y tener la habitación caliente. Porque el Atlántico es frío aunque temple el sol como estos días. Te quedas aterido al poco tiempo y, como los gatos, no sé hacer nada con guantes.

Cuando ya me voy de la playa encuentro a una anciana, gruesa y vestida de negro de cabeza a pies como le gustaban a D. por cuestiones decorativas, recogiendo chinarros pulidos por el agua. Se dedica a ello muy concentrada y desde lejos, tan negra, parece una roca recubierta de mejillones.

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Hay más action painting en el estudio de una ola rompiendo que en los cuadros de aquella escuela norteamericana.

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Sin saber por qué llevo unos días recordando a aquel compañero que, por presumir de pintor profundo, decía que para pintar bien una ventana hay que pintar antes el muro que esta abre. Curiosa interpretación –y muy pedante– del modo en que la luz penetra la sombra.

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El vicio, cuando lo es de verdad, carece de alegría. Entro por la noche en el casino y me voy a las mesas donde se juega fuerte para ver las caras. No hay risas, sólo preocupación, ceños fruncidos y el gesto habitual de quien está haciendo un trabajo obligado y con su punto molesto. Al entrar me han detectado la cámara y he tenido que dejarla en consigna, con mucho enfado y desconfianza. Ni una sola foto.

 

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PD. La foto de arriba se tomó en el puente de Triana, Sevilla, cuando tenía 22 años. La de abajo en Granada, 42 años más tarde.