Inciso madrileño

Maíno es uno de esos pintores que demuestra bien a las claras cómo se columpian los historiadores del arte. Confunden la importancia que un artista pudo tener en su momento con la que pueda tener hoy en día. Es cierto -y está en todas las fuentes, incluyendo el catálogo de la exposición de El Prado- que Maíno fue un importantísimo artista de la corte de Felipe IV. A qué abundar. Sin embargo, uno pasaba por sus cuadros en dicho museo sin levantar demasiado la vista diciéndose: «Siempre ha habido pintura mala, qué le vamos a hacer». Pocas veces se revela con tanta intensidad como en este tipo de exposiciones el divorcio que existe entre Arte y Pintura. Es posible que Maíno fuese un gran artista si tenemos en cuenta la consideración que alcanzó y su status. Pero no es menos cierto que, como pintor, es incapaz de resolver los temas que se plantea y sus respuestas están llenas de torpeza aunque -eso sí- también de guiños a la modernidad de su momento. A un cierto tipo de modernidad porque lo que es del Gran Estilo no se enteró demasiado o tal vez prefería seguir haciendo esos cuadros relamidos, gomosos pero efectistas que tanto engañan al ojo del ignorante, entonces y ahora.

Las composiciones son atrabiliarias, torponas, teatrales en el mal sentido. Carece de la ordenación geométrica y serena de Velázquez o de la tensa y llameante triangulación de El Greco, por citar a dos autores también incluidos en la exposición (esa moda de arropar a unos artistas con otros so capa de contextualizar lo que se exhibe).

¿A qué obedece una exposición como ésta cuando todo el mundo conoce a Maíno, tal y como conoce a la Marieta cubana? ¿Revalorizar el desdén? ¿Hay muchas obras del autor durmiendo en los almacenes de los anticuarios? Cualquiera sabe. De momento tengo las palabras del actual director del museo: se trata de uno de nuestros más interesantes artistas y ya es hora de que se vaya más allá del inevitable Velázquez. Bien dicho. Y después Juan de las Roelas o Pedro Orrente de quien, por cierto, hizo una tesis una conocida mía. Cuando una amiga le preguntó por el tema de dicha tesis, al contestar «Orrente», la otra no pudo evitar un «no será para tanto».

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Es un pintor tristísimo Fantin-Latour. La exposición del Thyssen, junto a retratos muy conocidos del pintor, presenta algunos de sus bouquets de flores, en cuya representación sobresalía. Sus figuras adolecen de vida y el turbio colorido de las carnaciones -que uno no sabe si es cosa de carácter, dificultad técnica o cuestión de estilo- sumen al espectador en un estado que puede ser de melancolía o perplejidad, según cada uno. Sus flores también son tristes, siempre hay en ellas una cierta impresión de que van o vienen hacia el cementerio. Con todo, hay seis cuadros y un par de dibujos que no deberían perderse. Para los amantes del «quién-conoció-a-quién» han colgado ese archifamoso cuadro con Rimbaud y tutti quanti. Busco en las ilustraciones que cuelga el museo en su web y encuentro que no están -ni por asomo- los mejores cuadros de flores. Para contradecirme, recupero esta bonita cabeza de niña pintada en 1870. Aunque no es el colorido real -la fotografía siempre traiciona a la pintura cuando tiene que reproducirla, cambiando la gama dominante, perjudicando a los buenos y favoreciendo a los malos- se trata de una pintura muy sensible y lograda.

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En la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos hay una exposición que titulan «Mirar y ser visto». Bueno. Hay cuadros prestados por El Prado, que no comentaré, y una melée que sólo parece obedecer a la justificación del título y criterio del organizador. Como es un cuadro al que tengo mucho cariño, no porque sea el mejor de su autor sino porque fue objeto de un intenso estudio por mi parte en mis años mozos, les traigo el «Niño jugando a la pirindola» del gran Jean-Baptiste Simeon Chardin. Si quieren pasar un buen rato dedíquense a trazar triángulos haciendo vértice en la mirada del niño. Ya verán.

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En el mismo edificio hay una exposición fascinante, o a mí me lo ha parecido. Se titula «Ver Italia y morir» y trata de los viajeros -pintores y fotógrafos, a veces lo mismo- que hicieron el Grand Tour dejándonos estupendas imágenes pintadas o en daguerrotipos, calotipos y albúminas. Hay mucho que ver aunque en la web de la exposición no se muestre todo lo interesante. Mi recomendación es no perdérsela y comprar el catálogo. La imagen que cuelgo no es la que yo hubiera elegido de haberme permitido la web disponer de otras, pero no está nada mal.