Inciso madrileño (y 2)

Volví al Prado para ver colgadas de nuevo las colecciones de pintura del XIX, cuadros que no veía desde mediados de los sesenta cuando llegué a Madrid procedente de una oscura provincia del Norte. Entonces estaban en las salas de la planta alta de la Biblioteca Nacional. De muchos tengo un gran recuerdo pues entonces no pensaba que un día sería un pintor moderno que tiraría todo ese bagaje por la borda y me dedicaba a estudiar a los que sabían pintar según las reglas de la tradición. Salto por encima de los cuadrancos de historia -salvo de Pradilla, cuya Juana la Loca ante el féretro de Felipe tiene muy buenos trozos de pintura y el cuadro funciona en su conjunto a pesar de la tramoya- para detenerme en los autores que me gustaban de joven y que lo siguen haciendo. No mencionaré a Sorolla, de quien siempre hubo una pequeña representación, a pesar de esos niños tumbados en la playa que son un prodigio de viveza y saber pintar.

Muñoz Degrain es un pintor que debió ganarse la vida -como el resto- en un país que no amaba las artes aunque las celebraba mucho. Hubo de pintar cuadros de historia, que era el género con el que uno podía destacar y entrar en las instituciones. Sin embargo hay en la colección del Prado un paisaje lleno de sensibilidad y -aunque un poco literario- debo decir que me hirió en lo vivo cuando era adolescente. Me refiero a su «Chubasco en Granada» * cuya reproducción aquí no hace la menor justicia a su colorido real. Es la Carrera del Darro -más o menos fantaseada, esto es, pintada en el estudio a partir de apuntes del natural- durante un aguacero. Cómo me impresionaban esos reflejos del suelo, resueltos con nada, y esa bombilla encendida cuyo brillo -la recuerdo más radiante- parece haberse apagado con los años.

Carlos de Haes es un pintor muy bueno. Todo lo que tocó (dibujos, aguafuertes, pinturas) tiene el sello del pintor emotivo, sensible y lleno de oficio. Aún recuerdo una exposición de dibujos y grabados suyos en las salas bajas de la Biblioteca Nacional. Conservo el catálogo. Qué primor de apuntes del natural, sin trucos baratos, directos y cogiendo el toro por los cuernos desde la primera línea. Se puede mentir con la pintura y que pase desapercibido pero nunca con el dibujo, que es -como decía Ingres- la probidad del arte.

Recuerdo que en la Calcografía Nacional se podían comprar tirajes de algunas de sus planchas por módico precio. Compré algunos y, años más tarde, llegó a mis manos un precioso aguafuerte firmado y sobre papel japón. Algo muy especial.

Haes siempre tuvo cuadros en las colecciones públicas porque fue una celebridad en su época -triunfó en el exigente París- pero de lo que se consideraba arte menor: el paisaje. Es decir, que estuvo arrinconado como tantos otros que -aún más- debieron ganarse la vida en las escuelas de Artes y Oficios de las oscuras provincias.

Se dice que la historia del arte español del XIX está hecha. No es así por cuanto hacer esa historia no es saber quiénes fueron los artistas más conocidos y agraciados sino rastrear también a esos otros maestros (mayores o menores, el tiempo lo dirá) que no pudieron participar en los eventos que procuran fama y dinero. España está llena de buenos cuadros de ese tiempo en casas particulares y almacenes de anticuarios. No parece que las jóvenes generaciones de historiadores del arte quieran dedicar tiempo y esfuerzo a estudiar temas que no van a tener, previsiblemente, mayor reconocimiento.

Haes, como tantos otros en aquel tiempo de salones oficiales, practicaba una cierta esquizofrenia artística: trabajaba del natural en pequeños formatos y elaboraba en el estudio -ayudado por sus apuntes y memoria- los cuadros que irían al salón correspondiente para tratar de obtener una medalla o mención, algo que tuvo con bastante frecuencia. La situación, calcada de la francesa, no era diferente para los Corot, Daubigny o Díaz de la Peña excepto que, allí, la recompensa era mayor. Haes trató a aquellos artistas y les ganó en concursos.

Su pintura -como todo ese paquete que se ha dado en llamar preimpresionismo- posee la peculiaridad de usar el plein air y una paleta de colores vivos mezclada con colores de la tradición como los ocres y las sombras. Eso la dota de una verosimilitud en la representación y un dramatismo cuando es necesario que el impresionismo de colores radiantes no puede conseguir. Son pintores que aceptan la innovación -que venía siendo una necesidad para escapar del asfixiante ambiente del estilo predeterminado, como también se rebeló Velázquez- pero tratan de hacerla coherente con el sistema heredado.

El estilo tiene sus ventajas (fórmulas preconcebidas, signos de significado conocido) pero puede aniquilar. El natural carece de estilo, el único posible es la respuesta técnica y emotiva ante sus suscitaciones. Si el lenguaje de la pintura es traducir a signos pictóricos nuestras reacciones ante lo real, en ningún lugar se da eso con más pureza que ante el natural. Colocado frente al motivo, con la sola ayuda de sus ojos y herramientas, el pintor invalida la frase nietzscheana acerca de que «el pintor no pinta lo que ve sino que ve lo que pinta», que es una manera ingeniosa -brillante- de definir el estilo, esto es: el niño no mira el árbol cuando lo pinta sino que, creyendo saber cómo es un árbol, hace una representación mental del mismo. Los pintores de la tradición académica -la antigua, de la moderna (cuyo más destacado representante actual es Barceló) ya hablaremos otro día- corregían el árbol por encontrarlo poco armonioso o por dotarlo de características que ayudaran a otros fines.

Fue un período breve de la pintura, que saltó por los aires tan pronto como Monet hizo de la paleta cromática una nueva cuestión de estilo: abrió el camino del arte de vanguardia pero también dejó atrás ¿para siempre? un diálogo tradición-innovación que había dado muy buenos frutos.

*Para ver detalles a escala prácticamente real de los cuadros que figuran en la entrada recomiendo vivamente visitar la web del Prado, accionar el enlace «Galería online», teclear el nombre del autor buscado, seleccionar el cuadro y pulsar sobre él para que vaya aumentando la escala.