Raquel, Raquel

-Dígame, señor X, ¿le gusta la literatura?
Venga, hombre. ¿Se puede saber qué clase de pregunta es esa? ¿Qué novela ha leído recientemente? ¿Tiene algún problema?
Sonreí:
-¿Qué clase de pregunta es esa?
-Discúlpeme -dijo alzando la vista hacia mí-, pero si he leído correctamente sus exámenes…
El sudor manaba abundantemente de mi cara y mis sobacos, saqué un pañuelo.
K habló.
-Por ejemplo, en el examen de Literatura se queja usted de que Yeats y Eliot… «optaron en sus últimas fases por las frías certidumbres que sólo funcionan lejos del carácter embrollado de la vida. Recurrieron prudentemente al artificio de la eternidad», etc., etc. Lo cual le da base para, seguidamente, escribir esa frase altisonante en la que habla de la «fingida inhumanidad» de la seducción de la mecanógrafa en La tierra baldía, comentario que ha tomado usted de W. W. Clarke, y que, me parece, resulta muy confuso en este contexto. Igualmente, en sus páginas del examen de Crítica, se burla de la «irreal grandiosidad sexual» de Lawrence, utilizando lo que escribe Middleton Murry sobre Mujeres enamoradas, sin citarlo, por cierto, como ocurría en el caso anterior. Y justo en la siguiente línea ataca la «facilona ecuación arte-vida» del propio Lawrence.
K soltó un suspiro.
-Al hablar de Blake -prosiguió-, parece contentarse usted con parafrasear al autor de Temible simetría cuando escribe acerca de esas «arquitecturas verbales autónomas, que por fuerza carecen de toda relación con la vida», pero, en cambio, en la redacción que se le pidió veo que se excita muchísimo hablando de la «vehemencia con la que Blake educa y refina nuestras emociones, sorteando el atrezzo y los listones del artificio». Por cierto, ¿ha intentado alguna vez sortear un listón? O, si vamos a eso, ¿educar vehementemente a alguien?
Donne le parece muy bien en un momento, gracias a su «valentía emocional», a su capacidad de «empapar de sus emociones el tejido del verso», pero poco después ya no le parece tan bien porque detecta usted… ¿pero qué es lo que detecta?, ah, sí, «una meretriz exaltación del juego verbal por encima de los verdaderos sentimientos, que le conduce a modelar su emoción de modo que encaje en su métrica».
No voy a seguir… la literatura tiene vida propia, ¿sabe usted? Y no podemos utilizarla despiadadamente para nuestros propios fines.
Veamos. Me gustaría que se dedicase a pensar muy en serio durante los próximos nueve o diez meses. Deje de leer libros de crítica, y olvídese, por Dios, de todas esas paparruchas estructuralistas. Limítese a leer y averigüe si le gusta o no, y por qué.

Martin Amis. El libro de Rachel, 1973