Don McCullin en el Imperio Romano

Don McCullin es uno de los grandes fotógrafos actuales. Punto. Desde los ya lejanos años en que alguien le dio la oportunidad de redimirse de su vida de pandillero regalándole su primera cámara y se dedicó con ella -entendiendo desde el principio el mejor cometido de la fotografía- a documentar las andanzas de su pandilla, ha llovido mucho y hay demasiadas buenas fotografías por medio.

McCullin siempre actuó como un desesperado, como alguien que no tiene nada que perder. De joven pensaba en suicidarse cada vez que cruzaba un puente, dijo. No debieron ayudar las circunstancias familiares ni el medio social. Cuando decidió hacerse fotógrafo profesional sólo pensó en la guerra. En unos años era el mejor de los que andaban entre tiros y cañonazos, y los había muy buenos. Vio morir a unos cuantos compañeros pero seguía adelante. Su agente pensaba que tal misión sería la última y que a la siguiente McCullin diría que no. Justo al contrario, no sabía decir no. O no quería.

Estuvo a punto de morir cuando una bala impactó contra su cámara mientras encuadraba una escena. La bala entró por la lente, quedándose a unos milímetros del ojo. Suerte que las cámaras eran todavía de metal.

De su fotografía de guerra destacaría la foto del soldado norteamericano en Vietnam. Está en estado de shock. Ha visto morir a sus compañeros y es incapaz de reaccionar. McCullin toma esa imagen, tal vez la más profundamente antibelicista de cuantas haya hecho, por lo sencilla, por lo resonante que es sin necesidad de mostrar. Especialmente doloroso resulta su trabajo sobre la guerra del Líbano por más que sus fotos de los conflictos africanos sean más conocidas.

Pasaron los años y McCullin perdió facultades físicas para correr delante de las balas. Es el final para la mayoría de los fotógrafos de guerra, pocos consiguen mantener la altura de su trabajo en la vida ordinaria. McCullin sacó adelante un gran proyecto sobre la vida de los británicos, cuya cima me parece que es Homecoming, un libro ejemplar. Después han llegado otros, rotundos, perfectos, sobre la India y sobre Africa. Tan buenos que te hacen olvidar que están hechos por un fotógrafo de guerra. Y ese otro, maravilloso, que ilustra sus paseos por el campo, los bodegones naturales -flores, frutas- que su mujer pone por la casa; Open Skies es el título.

Blanco y negro, McCullin apenas ha tocado el color, entre otras razones porque es daltónico y lo percibe mal. Lo último que supe de él es que andaba por Papúa-Nueva Guinea fotografiando. No es poca cosa para un hombre de 75 años. Ahora nos sorprende con la aparición de un nuevo libro, el que abre la entrada, todavía no disponible aunque ya se puede encargar en Amazon Inglaterra. Seguro que detrás va el de Papúa-Nueva Guinea.  McCullin escribe muy bien aunque sea un hombre sin estudios. Los textos que hace para sus libros son muy buenos, muy directos, nada impostados. Tiene publicado un libro sobre su vida como fotógrafo, antes de dejar las guerras, muy recomendable: Unnatural Behaviour.

Veremos esas fotos sobre las ruinas romanas y ocasión habrá de comentarlas. Hay un fotógrafo español -estupendo, Fernando Herráez- que lleva años trabajando sobre parecido asunto bajo el título de Mediterráneo. Un mar muy poco azul para el gusto ambiente.