Fotógrafos callejeros

Todo se puede relativizar, también esto, y alguno encontrará que hablo para los muertos, que la distinción entre fotógrafos callejeros y el resto es una línea artificial.

Las situaciones no acostumbran darse con especial pureza, así que los casos híbridos, los que simultanean ambos métier, son demasiado abundantes como para ser ignorados, pero en estas breves líneas hablaremos de extremos.

Lo más repugnante de un fotógrafo es la mentira cuando esta no forma parte de su oficio, de su concepto fotográfico. Es decir: cuando se la quiere colar por verdad. Es paradigmático al respecto el francés Doisneau, uno de mis ídolos juveniles a los que me tocó derribar del altar en el que lo tenía situado. Su forma de abreviar para cobrar -es conocido- consistía en preparar cuidadosamente la escena con actores o gente amiga para dar a cierto público aquello que buscaba. Las palabras son cobrar y buscar. Salían de su laboratorio unas fotos perfectas, sin elementos extraños, rotundas y llenas de sabor, unas fotos que cautivan el corazón de los adolescentes y de quienes se acercan a la fotografía buscando emociones que no ven en la realidad, siempre áspera.

Áspera e imperfecta. En la realidad nunca cuadran las cosas del modo en que lo hacen en las fotos de Doisneau. La gente se besa, sí, -yo he tomado fotos de gente besándose- pero nunca lo hace de modo tan ideal, tan fotográfico, quiero decir: tan al estilo de lo que el cine de un tiempo mostraba en las pantallas. Pero no sólo hablamos de besos, de miradas chispeantes o de jóvenes ciegas que tocan el acordeón. Si no olvidamos ese Doisneau lo llevamos crudo. Su hija se hizo cargo hace unos años del material y, seguramente bien aconsejada, autorizó la edición de otras obras en las que su padre se las tenía que ver con el mundo en igualdad de condiciones. Hay fotos buenas (pocas) y pasables (muchas). Como todo el mundo. Ni siquiera una de mis fotos favoritas, la del niño caminando sobre el cerro de escoria con las chimeneas al fondo era otra cosa que un pillete con un par de francos en el bolsillo. También Doisneau fue fotógrafo a pesar de todo aunque las fotos trucadas o falsas sean las que alimentan el negocio todavía.

En las calles no pasa nada, no suele pasar nada y cuando pasa es mejor que intervengan los fotorreporteros, los de noticias. El arte del fotógrafo callejero consiste en arrancar de esa nada algunas sutilezas, convertir en momentos memorables, salvados del tiempo por su perfecta organización formal, lo que sólo era trivialidad.

El momento decisivo no es el momento en el que el fotógrafo dispara sino aquel en el que -durante una fracción mínima de tiempo- la intrascendencia se ha convertido en Historia.