Días de melancolía

Pasaron las fechas nefastas, los días de crisantemos y pesar por los amigos muertos. Son ya muchos los que uno ha ido dejando atrás en esta carrera cuyo final es imprevisto y siempre abrupto. Cuando llegue algo habrá por terminar o por comenzar. Tal vez el vagabundo, o aquella mujer que quería morir apoyada en un menhir mirando el Mar del Norte, encuentran el momento perfecto pero si dejamos éste en manos del azar, del Destino o de Dios -quién sabe- seguro que nos coge ocupados.

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La felicidad es la más esquiva de las realidades que amueblan nuestras vidas. Las cosas aparecen con todos los ingredientes para que creamos que por fin la hemos conquistado, tras años de espera y ruegos. Pero no, pronto aparecen el dolor y la desgracia que nos devuelven a nuestro sitio y nos arrojan de nuevo contra un espejo inmisericorde en el que ver nuestras arrugas sin descanso. Una mano que te coge por el cuello y te obliga a mirarte contra tu voluntad.
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Ella participó en mil batallas y eso ha dejado tales cicatrices en su alma que forma parte del extendido club de los inconsolables. El asunto es qué hacer cuando tú llevas muchos años metido en él y con chapa de miembro distinguido.
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Me escribe mi buen amigo JC para contarme que tiene un proyecto y me dan ganas de abrazarle si no tuviera que ser por teléfono. Qué maravilla tener un proyecto a estas edades. Me refiero a un proyecto que no sea sobrevivir o afilar la navaja para cobrar vísceras ajenas. Somos en relación a nuestras necesidades, son ellas las que nos dan medida o hacen que seamos un trasto viejo arrimado a una pared. Un trasto viejo que no se calla ni debajo del agua.
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Viejos temas de los que pensabas no tener que hablar de nuevo. El Niño de Vallecas, la oposición de la Vida y el Misterio, lo Caliente y lo Frío, la afirmación de la Vida sobre lo Bello. Vida que está en el límite pero que es Vida con mayúscula, lo más valioso que tenemos. Y la comparación con aquella pobre niña sacrificada por la Bestia «por judía y deforme mental».