Manías

Un artista jamás alcanza aquello que ha soñado. El arte siempre se queda corto, y el artista, lejos de rescatar algo del desastre de la vida, está condenado a un doble fracaso.

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Fracasa como hombre y también como artista, en la vida y en su arte. La obra es el triste despojo de lo que llegó a atisbar durante unos instantes. De ahí el asombro con que los artistas sinceros ven el hecho de que alguien quiera pagar por cadáveres.
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A T. se le ha ido la pinza de tanto pensar en toros, como a Don Quijote con los libros de caballerías. No hace daño a nadie y a nadie estorba con su locura, que es benéfica. Entrena, se machaca y torea de salón dos horas al día sin esperanza de volver a verse frente a un morlaco. Su manía es la misma que la de los artistas y la única diferencia, aquí, entre arte y locura la dicta el mercado.
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Es bastante probable que aquellas que consideramos obras maestras del arte sean el resultado de una batalla desigual en la que el artista se ha empleado a fondo, con lo mejor que tiene, y la vida se le haya escapado por las costuras del lienzo. Tal vez esa batalla que se sabe perdida de antemano es la que hizo que los estetas abandonaran pronto el campo para sumergirse en las delicias de lo formal, más asequibles.
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El arte, cuando se pierde en formalidades, necesita volver a lo vivo.