El correr de los tiempos

 

Ayer tuve una larga conversación con M. a propósito del futuro urbanístico del pueblo. Hay preocupación tras unos cambios en la normativa y expectativas por un proyecto de campo de golf en la vista de poniente, uno de los últimos -si no el último- paisajes medievales de España. Me pregunto, en un lugar de escasa lluvia y poca agua, si lo regarán a escupitajos o alfombrarán la caída del cerro con césped de plástico. Tal vez haya que habituarse a ver cómo se refrescan en la plaza, con la gorrilla y los guantes blancos delatores, tras un extenuante partido. A las cuatro de la tarde, en Agosto, se fundirán césped, bola y cerebros de los jugadores. Todo lo que sea de plástico.

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El asalto a los cascos históricos es imparable en España. Y el proceso de terciarización galopa incansable, escondido bajo el capote de lo que llaman dinamización, que consta de algunas fases. Está tan estudiado el fenómeno que casi me da grima repetirlo. Hay ejemplos que son ya clásicos.

Siempre comienza, en lo remoto, de la misma manera: echando a los habitantes de casonas y palacios, comprándoles las propiedades o cambiándoselas por pisos modernos. Con ello se acaban los oficios y los sonidos de la ciudad, el casco histórico se convierte en ciudad muerta, dormitorio finsemanero o vacacional de gente adinerada. Los precios suben como la espuma y quienes llegaron primero y tuvieron la vista de comprar suelen hacer buenos negocios.

Una parte del caserío original se destina a instituciones y hostelería de ambiente, con el consiguiente perjuicio para los edificios, que malamente se adaptan a los nuevos usos. En esa parte del proceso suele aparecer el concepto fosilización que es un término estupendo para que intervenga la piqueta y el edificio se adapte -sí o sí- a los nuevos fines.

-¿No pretenderás que la ciudad histórica, que ha sido un organismo vivo, se fosilice?

La respuesta es obvia: la ciudad histórica fue un organismo vivo antes de que el proceso comenzara, ahora es como un insecto en manos de entomólogo y debe ser cuidadosamente conservado, exquisitamente estudiado en todos y cada uno de sus detalles y tipologías. No sirven aquí metáforas arquitectónicas, símiles de lo que fue, resueltos con otros materiales. Tampoco el pastiche. Molestar lo menos posible, perturbar lo mínimo.

Pero están las fuerzas sociales y esas son menos razonables que arquitectos y urbanistas, aunque no sé esto que afirmo si es cierto en tiempos de crisis. El caso es que primero llegan los botellones. Es habitual que los jóvenes tomen al asalto cascos histórico y monumentos. Como apenas quedan vecinos, se está bien allí y siempre se le puede dar una pedrada a una farola.

El peligro final llega con las ordenanzas, cuando son absurdas, no están bien zonificadas y se hacen tras la mesa de un despacho. Se abre la veda y ya pueden instalarse bares, cafeterías, restaurantes, tiendas de recuerdos, bingos y salones recreativos.

Suele argumentarse en este punto que el sentido común se impondrá y que nadie venderá su casona o palacio para que pongan un casino. Depende de cómo paguen, yo vendo la mía si me la pagan bien y más todavía si me plantan una discoteca enfrente.

El casco histórico se despuebla, es el siguiente paso, y la terciarización se ha consumado. Quienes compraron palacios y casonas por su tranquilidad huyen despavoridos y el turismo comienza a flaquear porque «allí no vayas que eso ya no es lo que era, se lo han cargado«. Siempre queda un turismo residual de baja calidad, claro. Ese es de una fidelidad conmovedora. Los precios de las viviendas caen en picado, nadie quiere vivir en una zona con «ambiente».

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Los últimos quince años han sido tremendos para este pueblo. Pasamos de un alcalde que no se atrevía a nada «porque las piedras antiguas son peligrosas» (Dios le bendiga) a otro que, bajo título de historiador, ejerció de Carlos III en calzoncillos con licencia para matar. Ha desaparecido una buena parte del caserío popular, ahogado en la sinrazón de los materiales de construcción disponibles, sin un estudio previo de tipologías y una comprensión cabal de las morfologías y técnicas constructivas. Ahora parece que podemos entrar en la siguiente fase, aquella en la que se supone que «la arquitectura contemporánea meritoria» entra a saco y piqueta, como un restaurador del Prado que añadiera bigotes, cumpliendo el sueño dadaísta, a todo lo que pasara por sus manos.

No sabemos tomar ejemplo de lo que ya está inventado. No aprendemos de los males que han destruido ciudades históricas mucho más grandes. No sabemos establecer claramente las zonas en las que no se debe tocar ni una piedra. No nos damos cuenta, como dije más arriba, de que somos entomólogos con un insecto maravilloso pero muy frágil entre las manos. Un insecto que se destruye con un movimiento mal hecho y cuya recomposición es por completo imposible.