Memorias de un delincuente

 

 

Unos días antes de la intervención quirúrgica un asiduo del blog de Manuel Jabois recomendó un libro escrito por Erik Van den Berghe, Erik el Belga, titulado «Por amor al arte».

Creo que para los interesados en asuntos relacionados con el arte o el patrimonio histórico el personaje no necesita presentación, tal ha sido durante años su actividad en el robo y expolio del patrimonio histórico español. Verdadero quebradero de cabeza de las autoridades y de los grupos dedicados a la conservación del mismo. Recuerdo todavía la preocupación e inquietud de la gente que trabajaba en el Centro de Estudios del Románico de Aguilar de Campóo viéndose incapaces de proteger de los ataques de Erik el Belga y su banda las pequeñas iglesias románicas diseminadas, a veces en lugares muy apartados, por todo el norte de Castilla la Vieja y sur de Cantabria. Nada escapaba a los afanes del ladrón: retablos, tallas e incluso pinturas murales que eran arrancadas de los muros en una sola noche y con técnica impecable.

El tipo resulta de una gran desfachatez. Naturalmente no se ve a sí mismo como un ladrón sino como un salvador del patrimonio histórico y también un vengador. Siempre tiene razones para hacer lo que hace que, en definitiva es robar, expoliar y beneficiarse económicamente de un patrimonio común: cuando no es que los alemanes no merecen tal retablo por haber sido tan criminales con los judíos es que los franceses deben pagar la deuda imaginaria de la muerte -por disgusto- del padre del ladrón. El argumento que nos ofrece, de continuo, es que tales piezas no merecen estar en manos de quienes no las valoran (sic) y no las cuidan. Se refiere, mayormente, a los fieles de la Iglesia Católica.

Es una de esas personas que, felizmente para ellos, siempre se encuentran plenamente justificados y blindados contra el remordimiento: actúan así porque es de ley (una ley que dictan ellos, sin remisión) y contra la que no caben argumentos.

El delincuente comenzó de militar, cómo no, -pero con afición a través de su madre, nos cuenta- por los asuntos del arte. Una gran parte de su vida activa como ladrón la pasó alternando esta actividad -los robos de grandes piezas por encargo- con un negocio de antigüedades más o menos legales y la falsificación. Es decir, una buena pieza.

Los receptadores de las piezas robadas, generalmente encargadas por ellos, son personas de mucho dinero que poseen museos particulares secretos o marchantes judíos capaces de colocar las piezas robadas en el mercado norteamericano. Gente de guante blanco, exquisita de gustos y sin escrúpulos, capaces de hacer desaparecer para siempre imágenes de devoción colectiva.

El libro, puesto que el Belga vive en España actualmente, cuenta sus actividades en Francia, Alemania y Luxemburgo. Como el lobo, que hace la fechoría lejos del cubil, no actúa en Bélgica, donde tuvo aquellos años sus cuarteles, negocios y naves camufladas.

Nos cuenta, muy de pasada y sin detalles, sus vinculaciones con la OAS -que consigue sacarle mediante influencias de las cárceles franquistas en las que cayó por un intento de robo en El Burgo de Osma- y con la banca suiza, donde guarda su dinero y desde donde recibe los millonarios pagos por su actividad.

Desde el punto de vista literario, si bien entretenidas como toda vida de interés, están muy lejos de las de otro pícaro delincuente como Giacomo Casanova. Aquí estamos delante de un tipo que se adorna permanentemente, que nos ofrece de sí las mejores tintas, las más lisonjeras, y que pretende convencernos, como señalé más arriba, de que su actividad fue bienhechora pues consiguió salvar del abandono y la incuria una buena colección de obras de arte.

Alguien, en España, tendrá hecho el inventario de las obras de arte robadas por este Erik el Belga y su banda. Debe ser cuantosísimo toda vez que hasta en mi pueblo desapareció una tablita flamenca hace años, felizmente recuperada por la policía en una subasta reciente. El asunto llevaba su firma.

Ahora vive en algún lugar del Mediterráneo, diabético y con el corazón hecho migas, quien fue el terror de las policías dedicadas a combatir el robo y expolio de iglesias, catedrales y museos. Estupendo y merecido descanso, para todos.