Cuaderno en blanco

 

 

El muchacho enloqueció y está ingresado en un sanatorio mental. En el pasado quiso ser escritor y su madre le ha traído un cuaderno pero no le dejan usar bolígrafos o plumas por el riesgo que entraña, así que escribe con los dedos, imaginariamente.

Cuando la madre lo visita, él ofrece el cuaderno para que lea lo que escribe. Ella balbucea los primeros días pero termina por contar su propia vida mientras el hijo corrige en voz alta algunos pasajes. Entre los dos van trazando un libro de memorias, tal vez una novela.

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Cuando alguien muere ya no hay forma de saber con certeza si fue feliz o desgraciado. Quedan las suposiciones de los vivos pero son aproximadas y basadas en apreciaciones que pueden no corresponder a la realidad de cada día.

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El pasado no es propiedad de nadie. Sólo somos dueños de las palabras presentes que narran el pasado.

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Para charlar con un mudo lo mejor es apurarse la copa de un solo trago.

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Ayer estuve en San Antonio y el viento de la noche había convertido los árboles en un espectáculo lastimoso. En la parte alta de algunas ramas aún quedaban hojas sueltas, tan dispersas que parecían congeladas. Aquí y allá troncos desnudos y otros en los que las hojas temblaban como mariposas ateridas.

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Camino de Las Huertas, al pie de unos contenedores de basura, había una foto grande, en color, de un hombre joven vestido con uniforme militar de gala. Poblado bigote y con una expresión en los ojos que, aspirando a marcial, resultaba vacía.

Las preguntas se agolparon pero no quise responderlas porque eso me hubiese llevado por un sendero que no me gusta transitar. No recogí la foto para guardarla o tirarla al contenedor. Saqué la cámara del bolsillo y tomé otra foto de ella, tal y como la encontré.

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Si a un ave le cortas las alas (podría decirse alondra y los pretenciosos, alcotán), será tuya. Pero no podrá volar y lo que justamente amas es el vuelo.